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Temporada de caza



¿Qué fue eso? ¿Habrá sido un disparo? ¿O fue solo el trueno que anticipa la tormenta? Ojala que haya sido eso. No me gustaría ver otra vez a esos cazadores.

Ayer todos los patos de la comunidad nos reunimos y compartimos nuestras impresiones sobre los sorpresivos ataques humanos. Al parecer hay algunos detalles que anuncian su llegada, como el olor a carbón quemado con metal o el zacate pisoteado que ya no puede ponerse en pie.

También hay cierto rumor de que pueden imitar nuestro canto. A los mayores nos ha parecido totalmente posible, pues conocemos su astucia e inteligencia. Pero los jóvenes dudan de la historia y lo atribuyen a preocupaciones de viejos temerosos y cobardes.

Mi hijo está entre ellos.

Por eso me ha preocupado tanto ese disparo. Él ha estado volando con los otros muchachos desde el amanecer y quizá no se ha percatado de que los humanos podrían estar cerca.

Como desearía que siguiera siendo niño, así lo tendría seguro bajo mi ala, y lo obligaría a permanecer escondido hasta que la amenaza humana se esfumara.

Escucho un graznido a lo lejos. ¿Será posible que esa voz sea… de mi hijo?

Otra vez. Ahora ha sonado más cerca. La preocupación me invade cada pluma y cada hueso. ¿Será mi hijo aquel pato que está en peligro? Pero si no es él, seguro que es otro de mis amigos; el hijo, hermano, padre o tío de alguien… no puedo abandonarlo a su suerte.

Otra vez. El sonido es insistente. El pato en problemas grazna una y otra vez. Casi podría decir que lleva un patrón. Sí, es un patrón, ¡Lo es! Es el canto artificial de pato inventado por los humanos. Tengo que dar la alerta.

Cuando me dispongo a graznar la advertencia, una ráfaga de furiosos disparos me deja aturdido por algunos momentos. Me parece imaginar que mi pequeño me está llamando. Solicita ayuda a gritos, como si estuviera herido, como si alguien le hubiera disparado…

¡Por todos los vientos! ¡Le han disparado!

Aprovecho la confusión que genera el humo provocado por las armas humanas. Dispongo de algunos instantes para encontrar a mi hijo y rescatarlo. Lo llamo desesperadamente y me responde con un débil graznido.

Al fin lo encuentro. Esta tumbado en la orilla del lago, con dos orificios en su cuerpo y un charco de sangre y plumas rodeándolo.

No logro contenerme, el llanto se me sale por cada poro. Al fin consigo recomponerme un poco y le preguntó:

–¿Por qué atendiste el llamado falso de los humanos?

–Creí escucharte pidiendo ayuda  contestó.

–Pero, ¿No te diste cuenta de que era un engaño?

–No podía arriesgarme a perderte papá… si algo te hubiera sucedido, jamás me lo habría perdonado.

Murió un instante después. No permití que los cazadores se quedaran con su cadáver. Volé como pude con sus restos en la espalda y lo dejé caer en medio del lago.

Mejor ahí que en manos de los humanos.

Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"

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