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Escape del antirrábico



Fue una distracción de un segundo. Un empleado descuidado dejó las puertas del camión abiertas. Salí corriendo como un rayo y nadie pudo darme alcance. Ahí, en el antirrábico de Ecatepec comenzó mi viaje. Atravesé la Vía Morelos sin precaución. Más de cinco autos estuvieron cerca de arrollarme. Pero salí ileso. No miré nunca hacía atrás. Mis patas literalmente volaban cuando crucé el Puente del Arte.
Me dolía mucho el estómago y tuve que vomitar una vez. Quizá fue producto de las dos patadas que me tocaron horas antes durante mi captura. Mi “regalito” quedó embarrado en las afueras de la Casa de Morelos.
No fue mi intención, me sentía muy mal y no pude evitarlo. Sé que Morelos me lo perdonaría. Seguí corriendo frenéticamente y casi instintivamente di la vuelta en la Avenida 30-30. Subí el puente vehicular con el pavimento quemándome las patas.
No dejé de avanzar hasta que vi el jardín de la Escuela Normal. Me trepé como pude en el puente peatonal y conté cien escalones de subida y cien de bajada. Cuando llegué a la explanada miré hacia todos lados. Ahí, cobijado con cartón, estaba mi padre, esperándome, como siempre.



Original de J.D. Abrego "Viento del Sur!

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