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Déjanos en paz


¿Qué es eso? Parece una pared. Un muro fabricado con centenas de cuadros tambaleantes. Ondean curiosos, al compás del agua. No alcanzo a distinguir bien de que están hechos, pero puedo ver a través de ellos. Que ganas me dan de acercarme. Morder uno de esos bordes y descubrir de qué está hecha esa enigmática pared…
–¡Sube la red! – dice una voz.
Es un gruñido de los salvajes de la superficie. Ese muro es invento suyo. Nada bueno puede salir de esto.
Tengo que avisarles a los demás. No deberían de acercarse a este lugar. Asciendo con lentitud para tomar un poco de aire. Solo necesito un par de segundos para respirar. Solo un instante y podré irme de aquí…
Toco la superficie y vuelvo a oír la voz:
–¡Es una vaquita, mira es una vaquita marina!
Miserables. Ya he visto con anterioridad lo que hacen cuando ven a una vaquita. Aspiro profundamente, lleno mis pulmones de aire y desaparezco a gran velocidad. Tengo que salir de aquí cuanto antes, me han descubierto y no puedo arriesgarme a ser atrapado. Nado a gran velocidad sin mirar atrás. Cuando me siento lo suficientemente lejos me permito echar un vistazo. En el muro de cuadros veo atorado a uno de mis vecinos Totoaba.
He escuchado que los salvajes de la superficie siempre están en su busca. Lo cazan para sacarle el estómago. ¡Y ni siquiera se lo comen! Arrojan los restos al mar como si se tratara de basura, no entienden que asesinaron a un padre, a un hijo, a un amigo… y por nada…
Es necesario mandar el mensaje ahora. Solo hace falta pensarlo. Luego una serie de sonidos agudos emergen de mí. Sé que mis palabras serán escuchadas por todas las vaquitas a la redonda. Ojala que me escuchen a tiempo. Sería una pena perder a más de nosotros. Un buen día éramos quinientos, y al otro solo quedábamos cien.
Recibo algunas respuestas. Me han escuchado. Eso mejora mi humor. Me preguntan de qué color era el pez de hierro de los humanos.
¿Humanos? ¿Por qué los nombran así? Prefiero llamarlos salvajes…
Es blanco con franjas rojas, les respondo. ¡Tengan cuidado! Agrego al final del mensaje.
Vuelven a responderme. Dicen que ese pez de hierro es de los malos… ¿De qué están hablando? ¡Todos esos monstruos metálicos son malos!  No deberían de acercarse a ninguno de ellos, ¡Nunca!
Ya no hay respuesta. Creo que se enojaron conmigo. Quizá estoy siendo muy radical, o tal vez ellos no han visto lo que yo. Si hubieran vivido lo que yo sufrí hace dos años, cuando perdí a mis hijas, seguro que pensarían diferente.
Percibo un leve movimiento en el agua y miro con brusquedad alrededor. No hay de qué preocuparse, es un pequeño grupo de mi gente aproximándose. Son ocho vaquitas, un número bastante inusual en estas épocas. El más viejo me saluda. Luego, habla sin rodeos:
–Hemos sido contactados por algunos humanos. Tienen curiosas cajas que emiten pulsos similares a los nuestros. Los hemos divisado ya. Navegan en peces de hierro coloreados de verde. Un águila puede apreciarse en su frente. Por lo que dicen, entendemos que quieren protegernos
Suspiro enfurecido. Tengo que calmarme un poco antes de hablar. Este anciano no entiende nada. No es capaz de comprender que esta es una nueva treta de los salvajes. Quieren confundirnos. Engañarnos. Hacernos creer que quieren ayudarnos cuando en verdad quieren matarnos. ¿Cómo se lo explico? ¿Cómo le hago entender que está equivocado?
–Mira anciano, se lo que piensan los salvajes, y quieren todo, menos ayudarnos, si te pones a analizarlo…
Un estruendo terrible interrumpe mi discurso. Es el sonido de las olas rompiéndose. Un pez de hierro se aproxima veloz hacia nosotros, ¡Lo sabía!
–Es una trampa, ¡Una trampa! ¡Huyan hacia la laguna! ¡Rápido! – grito desaforado
Las demás vaquitas lo dudan por un segundo, pero cuando sienten la fuerza que emana del agua olvidan las promesas huecas de los salvajes. Toman aire de la superficie y nadan a toda velocidad hacia la laguna.
Ahí podremos escondernos, en el agua turbia los salvajes no podrán ver nada. Quizá hasta podremos tener un bocadillo cuando se hayan marchado.
Soy el más rápido de todos, los miserables salvajes jamás podrán darme alcance. Sonrió, estoy cerca de la laguna. Miro de reojo, seis de mis compañeros vienen detrás de mí. Pero hay dos rezagados. El anciano confiado y una pequeña.
¡Maldición, no otra vez!
Doy la vuelta bruscamente. Voy a ir por ellos.
El pez de hierro está por darles alcance. Me interpongo entre ellos y los salvajes. Agito con fuerza mis aletas y emito los gruñidos más amenazadores de los que soy capaz.
–¿Nos está saludando? – pregunta uno de ellos.
“¡Por supuesto que no! Jamás saludaría a uno de ustedes” pienso para mis adentros.
El viejo y la pequeña logran escapar, y rápidamente se pierden en el agua turbia de la laguna. El pez de hierro se detiene súbitamente, y uno de los salvajes se pone un extraño visor. Luego, salta al agua. Trata de tocarme, ¡No lo harás, bestia!
Con todas mis fuerzas me lanzo hacia él. Le doy un tope en el pecho que lo hace recular. Una bestia más salta al agua. Agarra a su compañero y lo arrastra a la costa. Los persigo. ¡Es hora de que sepan que es lo que se siente! Acelero mi nado y consigo impactarlos otra vez. El salvaje trata de nadar más rápido, solo quiere llegar a la costa. Lo consiguen antes de que pueda golpearlos otra vez.
Se ponen de pie en la arena. Yo también salgo a la superficie. La mitad de mi cuerpo se eleva por encima del agua, agito las aletas y grito con furia:
–¡Déjanos en paz! ¡No necesitamos tu ayuda! Vete, ¡No vuelvas más!
Me miran confundidos. No entienden lo que estoy diciendo. Doy la vuelta y nado hacia la laguna, antes de que estos salvajes se decidan a seguirme otra vez…
***
Dos humanos miran contrariados a una vaquita marina alejándose a toda velocidad. Nadie dice nada por minutos. Al final, uno de ellos rompe el silencio:
–Creerás que estoy loco, pero juraría que esa vaquita me pidió que la dejara en paz.
–A mí me pareció igual. Dejarlos en paz… ojala lo hubiéramos hecho antes…


Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"

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