Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de enero, 2019

Teyolîtectiliztli

Hoy no veo poesía a mi alrededor. No me enerva el perfume de las flores ni me maravilla el canto del cenzontle. No me atrae la belleza del amanecer. Tampoco generan emoción en mí la risa de los niños o las dulces voces de las doncellas. Hoy no veo poesía en ninguna parte. Quizá todas las flores se han marchitado. Tal vez todos los sueños se hicieron polvo y volvieron a la tierra suelta. ¡No sé! Y me enfurece no saber. ¿A dónde han ido los colores y las canciones? ¿Por qué han dejado de pasear las estrellas por el firmamento? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? ¿O seré yo quién ha perdido la razón? Echo a andar por el palacio y no veo nada que me devuelva la inspiración. Solo me rodea la arrogancia del hombre, que se envanece transformando la piedra vulgar en escultura ejemplar.  Sin importar a donde mire, la influencia terrenal domina la escena, recordándome – muy a mi pesar– que vivo y moriré en un burdo mundo material. ¿Dónde están los dioses que dieron forma al mund

El ángel de la paz

                                                          -Portugal, 1916- –¿Y dices que el mismísimo Señor de lo visible y lo invisible te ha enviado? – preguntó incrédula la joven pastora. – ¡¿Por qué habría de mentirles, mi pequeña y dulce niña?!  –Hay algo en ti que no me acaba de gustar… ¿en serio eres un ángel? –¡Juzga por ti misma! La chiquilla miró al hombre con detenimiento y comprobó que su estampa en verdad coincidía con lo que ella y su hermano habían aprendido en la iglesia. La piel blanca, los ojos azules, la túnica impoluta, el largo cabello rubio y las inconfundibles alas eran señales inequívocas; aquel muchacho debía de ser un ángel del Señor. Sin embargo, tras el deslumbrante brillo que manaba de sus ojos, había algo que la invitaba a desconfiar. Suspiró y rezó un par de “Aves María” en silencio. El individuo se mantenía incólume, radiante, sonriente… Nada malo debía haber en él, porque se había pronunciado (más bien pensado) el nombre de María e

Risas entre las ramas

–Entonces, ¿dice que en este sitio fue donde se vio a los niños por última vez? – inquirió  con gesto circunspecto el agente Valdivia, evidentemente sumido en sus cavilaciones. –Sí, sí, segurísimo, aquí fue –respondió el anciano jardinero, sujetando un viejo rastrillo para hojas con las manos temblorosas. Lorenzo Peña frunció el ceño apenas oyó la respuesta.  Él, a diferencia de su compañero Lauro Valdivia, odiaba estos casos raros sin explicación lógica. Prefería las indagaciones periciales posteriores a los asaltos a negocios o autobuses, donde se sentía más cómodo caminando entre cadáveres y manchas de sangre. Tratar con sujetos desaparecidos de rastro escaso o nulo simplemente no era lo suyo. Suspiró muy hondo y luego fijó la mirada en el suelo. Había pequeñas pisadas frescas en el lodo que rodeaba a aquel enorme árbol de eucalipto. Eran las huellas de diminutos “tenis” que parecían ir en todas direcciones, igual que si un grupo de infantes hubiera estado jugando en

Ḕ tā̀n ḕ epì tâs

El carro de Apolo iniciaba su brillante marcha a lo largo del cielo, y las tinieblas retrocedían cobardes a cada paso del dios sol. La penumbra cedía el dominio a la luz, y el horizonte, antes negro, se volvía púrpura y naranja. Cobijada por el lento pero inexorable avance de la radiante carroza divina, una mujer espartana caminaba orgullosa. Tras ella marchaba su primogénito. El semblante del muchacho, lleno de aflicción y duda, dejaba entrever una creciente desesperanza. Beocia sería el próximo destino del joven, y Tebas el enemigo que encontraría ahí. Todos le habían felicitado por su reciente inclusión en la infantería, pues dicho honor no era poca cosa; argumentaban que considerando su edad, el logro debía ser más que celebrado. Contrario al pensamiento colectivo, el muchacho no se alegraba por tal acontecimiento. La muerte de su padre en el campo de batalla aún yacía fresca en su mente, y la sola idea de dejar sola a su madre en la fría Esparta le llenaba de pena. Sí

Los Reyes Magos SÍ existen

La puerta de la entrada se abrió de golpe, y el violento choque de la perilla con la pared asustó a Roque, el pequeño perro mestizo que dormía plácidamente en la sala. Luego se cerró de un azotón, y el can, alterado en su máxima expresión, corrió despavorido en dirección a la cocina, donde Carmen se afanaba en preparar la comida del día. –¿Quién hace tanto escándalo, pues? – preguntó la joven mujer, sin dejar de prestar atención al cazo con agua hirviendo que se alzaba sobre la estufa. –¡NADIE! – respondió una voz infantil, que evidentemente no deseaba pasar desapercibida. –¡Ay, Pame! – exclamó Carmen, limpiándose las manos en el delantal que solo usaba cuando estaba en la cocina–, ¿Qué te traes hija? ¿Te pasó algo en la escuela? ¡No me digas que te peleaste! ¡Es el primer día después de las vacaciones! La niña murmuró algunas palabras, pero poco se pudo entender del improvisado discurso. Hablaba entre dientes, como enojada o apenada. Quizá ambas cosas a la vez… –Hija, no t