-CDMX, hace más de 13 mil años- Todavía puedo sentir el olor de esa bestia inundando el ambiente. Sé que aún está por ahí, acechando mis pasos, aguardando a que cometa un simple error que me convierta en su próxima cena. Quiero sentarme y apoyar la espalda sobre una roca, pero presiento que en cualquier momento ese “diente puntiagudo” caerá sobre mí y terminará con mi penosa existencia. Apenas y puedo contener la respiración. No debí dejar al grupo, pero cuando Tukún mencionó que “las hembras no servíamos para nada”, mi sangre simplemente se encendió. Ni siquiera sé que me llevó a tomar mi pica y lanzarme de forma estúpida al encuentro del “gigante lanudo”. Quizá fueron el orgullo o la arrogancia. O tal vez fue simplemente un acto de mera insensatez. Será algo que nunca sabré si no consigo salir viva de esta. Ahora me pregunto: ¿habré hecho bien al salir con la partida de caza? ¿Debí quedarme junto a las demás hembras a raspar pieles y afilar puntas de hueso? No. ¡NOOO! ...
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