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Mostrando entradas de abril, 2018

Un recuerdo en las estrellas

Mi hermana había nacido para saltar. No como todos nosotros, no como una simple rana. No. Ella estaba destinada a la grandeza. Había algo en sus saltos, tan maravilloso y raro al mismo tiempo, que uno no podía dejar de asombrarse y animarla para que brincara una y otra vez. Un día nos convenció de intentar saltar un árbol. La mitad de la aldea se estrelló sin remedió en la rugosa corteza del junco. La otra mitad quedó entre las ramas, un símbolo inequívoco de ya de por si un salto maravilloso. Pero no mi hermana. Ella brincó el árbol con suma facilidad. Lo hizo parecer igual de fácil que brincar por encima de una charca. Era simplemente asombrosa, todos admiraban su maravillosa forma de saltar, aunque la verdad, es que nadie la valoraba. “Una habilidad bastante inútil” les oía decir a todos. Su pesimismo le calaba en el alma, pero ella no se desanimaba. Seguía brincando y saltando, siempre tan alto como sus ancas se lo permitían. Estaba segura de que algún día esa h

La que come porquería

El reloj marca las once de la noche. El padre Servando guarda afanosamente los implementos que ha usado en este domingo de misa. El cáliz se le resbala por los viejos dedos y al verlo en el suelo maldice en voz alta. Como todos se han marchado ya, un par de groserías bien justificadas no importan. Alza la copa y aprovecha para beber otro sorbo de vino de consagrar, después de todo, ha sido un día pesado y ese último trago está bien merecido. Suspira. Se retira los lentes con la mano izquierda y soba el puente de su nariz. Ojala hubiera aprovechado la oportunidad que tuvo para hacerse la operación con láser. El doctor Vázquez iba a absorber todos los gastos a cambio de tan solo absolverlo de unos cuantos pecados. Pero quiso más y aparte de la operación exigió un “pequeño dinerito” a cambio de la absolución. El doctor prefirió vivir en la infamia que pagar el precio del cielo. Tonto. ¿Cómo pudo atreverse a desdeñar la oportunidad de la redención? piensa el Padre Servando mientras se

El corazón de la montaña

A veces me come el olvido.  Pasan días sin que me percate de la salida de la luna o la puesta del sol. Frecuentemente me sorprendo mirando con desgano al horizonte, como deseando la muerte, aún a sabiendas de que esa no es opción para un dios. Lloro lágrimas de sal y dejo escapar furiosos rugidos con la esperanza de que alguien vuelva a escucharme. Pero nada pasa. Ya nadie presta sus oídos al dios jaguar, al señor del corazón de la montaña, al alguna vez todopoderoso Tepeyollotl. Suspiro y observo con apatía el exterior de mi cueva. Ante mis ojos nada ha cambiado. La selva permanece abundante, los insectos continúan su vuelo incesante e intrascendente, el quetzal no deja de cantar y los tapires no paran de andar. Sin embargo, ya nadie viene a visitarme. Ya ningún corredor atraviesa las laderas de la montaña con una canasta a cuestas. Ya no hay mensajeros ansiosos con rollos de palabras pintadas en viejos bolsos de arpillera. Tampoco se dejan ver los niños traviesos correteando en

Carrera a la libertad

Después de tirar a su amo, el caballo decidió galopar hacia la libertad. Corrió durante horas sin detenerse.  Dejo atrás los verdes pastos de la granja. Abandonó los deliciosos arboles de manzana y decidió que podía vivir sin su mullido lecho de paja. Galopó hasta que se le secó la garganta. Extrañó por un segundo los frescos cubos de agua que le ofrecían para calmar la sed. Pero continúo avanzando. Sus ojos se nublaron un poco, le faltaba energía. Echó de menos su roca de sal y los dulces pedacitos de azúcar que le daban como premio por haberse portado bien. Pero no detuvo su carrera.  Notó un extraño calor en las patas. La cálida pradera ahora parecía estar hirviendo. Era como si todo quisiera jugar en su contra. Pensó que tal vez era hora de regresar al establo y dormir un poco. Pero pronto recordó que había dejado aquel mundo atrás. Relinchó con furia y lanzó una maldición equina contra sí mismo. Quizá se había equivocado. Sí, estaba sometido a los humanos, pero al menos

La fábula de la rana

Una rana se encontraba reposando cerca de la laguna. Odiaba abandonar su charca, puesto que el hacerlo significaba no solo ceder su comodísimo lugar, sino también arriesgarse a ser devorado por uno de esos hambrientos lagartos. No había nada que pudiera tentarlo para salir de aquel lugar. Al menos eso pensaba. De pronto, un delicioso enjambre de mosquitos irrumpió en el pantano. Era su oportunidad para saciar su hambre por semanas. Lo único malo es que se habían detenido justo en medio de la laguna. Tendría que internarse en el agua y luego saltar de lirio en lirio hasta llegar a los exquisitos bocados. Suspiró y decidió que no valía la pena. Luego vio una mosca aterrizar en los carrizos. Esa era una presa más segura. En lo alto de esas plantas ningún lagarto podría alcanzarla. Brincó hacia los carrizos y devoró a la mosca con facilidad. Cuando estaba digiriendo al insecto una garza pasó por el lugar. Voló bajo para atrapar a la rana y la engulló de un bocado. La rana se c

Coexistencia

Durante siglos, nos hemos preguntado cual es el problema que los humanos tienen con nosotros. Jamás hemos emprendido ninguna acción violenta contra ellos. Nunca, ni aun siendo infinitamente más numerosos que ellos, hemos intentado apoderarnos de un mundo que bien sabemos, no es nuestro. Así que no entendemos el porqué de su odio irracional hacia nosotros. Nos persiguen como si fuéramos una plaga voraz, y la verdad, estamos muy lejos de serlo. No devoramos sus campos en una oleada salvaje como las langostas. Tampoco nos alimentamos de su sangre como los furiosos mosquitos. Y no robamos sus preciados alimentos como las industriosas hormigas. No. Nada de eso hacemos. Nada de eso somos nosotros. No vivimos a la vista de sus curiosos ojos. Nos refugiamos en rendijas y huecos para no importunarlos. Salimos solo cuando la oscuridad inunda las habitaciones y ellos duermen profundamente. Comemos solo aquello que han desechado, eso que despectivamente llaman "basura".

La última embestida

-Ocurrió en una arena de toros- Puedo sentir su respiración.  Cada uno de sus jadeos retumba en mis oídos. Hace que me duela la cabeza.  Pero aunque está tan cerca, apenas y puedo verlo con dificultad. La sangre que brota de mi nuca se ha corrido hasta mis ojos, y una espesa niebla roja me cubre las pupilas. Es tan densa que solo puedo ver débiles siluetas. Lo veo correr hacia mí. Está preparando una nueva embestida. No sé si podré soportarla. En el último ataque mis espadas no pudieron rozarlo siquiera. Se movió con una gracia totalmente ajena a su especie, como si su cuerpo estuviera hecho de plumas capaces de flotar con el viento. La arena me quema los pies.  No tolero esa sensación, es insoportable lidiar con el polvo tapando todos y cada uno de los poros de tu piel. Transpiras, pero todo el sudor se queda en el interior, atrapado en los músculos. En verdad cuesta respirar. Acabas por desear la muerte. La anhelas. Como el premio a una ardua labor. Como el recon

El Cielo de las moscas

No puedo creer que el día finalmente haya llegado. Me es imposible aceptar que mañana ya no seré parte de este mundo. Muchos dicen que debería de estar feliz, porque viví una vida afortunada y jamás fui alcanzada por un matamoscas ni carcomida desde adentro por un infame insecticida. No estoy de acuerdo: simplemente no estoy lista para irme. Me niego a aceptar que deba frenar mi vuelo y resignarme a pasar mis últimas horas pegada a un vidrio.  Quiero terminar de recorrer el mundo, de llenarme los ojos con bellos colores, de respirar mil aromas de las comidas humanas… Ojalá y hubiera aprovechado mejor mí tiempo: me gustaría haber comido más frutas en lugar de haberme parado tantas veces sobre tantos excrementos; quisiera haber mirado más veces los bellos ojos de los humanos en vez de huir tantas y tantas ocasiones de ellos; qué daría por haber pisado decenas de flores y no centenas de ventanas. Mis compañeros dicen que no debería de preocuparme tanto, que solo somos moscas. Pe

El curioso caso de los clips desaparecidos

Siempre soñó con ser la más rebelde de las mujeres. Una activista de tiempo completo. Una pendenciera detractora del gobierno. Pero no lo logró. Sus padres siempre la tuvieron en el puño. Así que hizo lo que se esperaba de ella. Estudiar una carrera técnica con inglés, casarse, tener hijos, un perro, luego otro, luego nietos, y luego otro perro. Trabajó durante toda su vida en la misma compañía. Así que aquel viernes, a diez días de su jubilación, Adalecia decidió convertirse en la gran rebelde y criminal que siempre quiso ser. Pero no sabía por dónde empezar. Cuando se tienen sesenta y cuatro años, once meses y veinte días, las ideas maquiavélicas tardan en llegar.  Así que el viernes casi se terminaba sin que una miserable idea asomara en la cabeza de la sexagenaria Adalecia. Entonces, justo cuando estaba a punto de darse por vencida, Miguelito Castillo, el Godínez más Godínez de la oficina, tropezó y derramo una impresionante cantidad de papeles en el suelo. Pensó en ayudarlo,

El día de todos los santos

Luz. Una curiosa y endeble luz aparece frente a mis ojos. Me despierta. No lo comprendo. Creí que esta vez dormiría para siempre. ¿Qué es? ¿Por qué aparece ahora? Pensé que ya todo había terminado. Luz. Otra vez. Esta ocasión es más fuerte. Me deslumbra. Mis ojos no la resisten, aunque se sienten extrañamente atraídos hacía ella. La observó con ansias. Después de unos segundos, me habitúo a la claridad nuevamente. La luz cobra forma y deja de ser un resplandor difuso. Es una llama. Pequeña pero poderosa. La curiosidad me invade, ¡quiero ir a verla de cerca! Miro mis patas. Lucen como antes, ¡Llenas de pelo! ¡Llenas de vida! Doy algunas vueltas para ver si mi cola sigue ahí... ¡Ahí está! ¡Vuelvo a verme como un alegre perro! ¡No puedo creerlo! ¡Estoy vivo otra vez! Es maravilloso, veré a mi familia nuevamente, voy a besar sus rostros hasta cansarme, y me voy a acostar sobre ellos para que no vayan a ningún lado sin mí. Hay algo que intenta atraer mi mirada hacía el suelo. No

Alimento para el alma

El sabueso detectó a una presa cercana. Era un olor dulce, fresco, como un pan remojado en leche de cabra.  Definitivamente era una presa joven. Quizá aún era un cachorro lactante. Este tipo de presas eran un trofeo muy poco común. Estaba frente a una oportunidad única para vestirse de gloria. Siguió avanzando. No despegaba la nariz de la hierba. Sus patas, aunque fuertes, apenas y hacían ruido en el pasto mojado. Cada paso lo acercaba un poco más a la valiosa presa. Si conseguía coronar ese movimiento, el amo lo ascendería al grupo de caza principal. Olisqueó el aire, finalmente estaba ahí. Tras aquel montículo de tierra estaba la madriguera que buscaba. Franqueó la zona arrastrándose pecho tierra. En tan solo un par de segundos estaba frente a la entrada. Sin perder más tiempo, asomó el hocico en el pequeño agujero de la guarida. No era un cachorro. Eran más de dos. Quizá tres o cuatro crías listas para ser arrastrados ante su amo. Estaban dormidos. La tarea no podía se

Harambe

¿Quién es él? ¿Qué está haciendo aquí? No lo comprendo. No es uno de nosotros. Tampoco es uno de los humanos que cuidan nuestro recinto. Es un enano. No, es un pequeño, uno de esos cachorros humanos. Pero, ¿Cómo llegó hasta aquí? ¡Esto es un maldito pozo! Miro hacia arriba y noto gran agitación. Decenas de humanos dementes están gritando sin ton ni son. ¿Qué demonios les ocurre? Me están poniendo nervioso. ¿Qué debo hacer con el invasor? Quizá esos humanos me están alertando de un peligro. Si, tal vez ese cachorro humano es una amenaza para mi manada y es por eso que gritan tanto. Si, ¡ya lo tengo! He logrado ponerme frente a él. No podrá hacernos daño, y tampoco podrá escapar. Enfoco la mirada en su rostro. Tiene miedo. Está confundido. ¿En verdad es una amenaza? No lo parece. Trago saliva y busco una respuesta arriba. Una mujer hace señas insistentemente mientras lanza exclamaciones repetitivas y burdas. Está aterrada. Quizá es la madre del cachorro humano. Debería de co

Yoali Ehecatl

Aquella noche el viento soplaba en dos direcciones, siempre encontradas entre sí.  Ambas corrientes colisionaban con tal fuerza, que la misma luna abandonó el cielo y se escondió tras las nubes llena de miedo. La abuela miraba atenta al firmamento, y cada vez que los vientos chocaban murmuraba dos nombres: Yoali Ehecatl y Quetzalcóatl. Sus ojos se movían veloces, respondiendo a cada movimiento; nunca la creí capaz de semejantes reflejos, es más, no consideré siquiera que tuviera energía para permanecer despierta más allá del ocultamiento del sol. De repente decía: ¡Ayya! y sus dientes castañeaban sin razón aparente. No pude más; decidí interrumpirla y preguntarle que estaba sucediendo. Cuando posé mi mano en su hombro, las hojas de cien árboles se unieron a las furiosas corrientes. No estaban ordenadas al azar: parecían las plumas de una armadura de Campeón, adornando majestuosas cada centímetro de un guerrero invisible. Tal vez mi imaginación me engañó, pero casi podría j

Es cuestión de perspectiva

-Sucedió en África, hace no mucho tiempo – He estado persiguiéndote durante días. Te he acechado desde las sombras durante ya tanto tiempo que he perdido la cuenta de los soles y las lunas que han pasado frente a mis ojos. Voy tras tu rastro con gran tenacidad, esperando que cometas algún error y entonces pueda cazarte…y matarte… A veces te veo dormir. He intentado acercarme, pero tu respiración entrecortada me ha hecho pensar que tal vez solo estás fingiendo, aguardando a que me acerque lo suficiente para tirarme un zarpazo letal y convertirme así en una más de tus víctimas. Una más de tus legendarias historias. Algunas veces pareces flaquear. Caes en la tierra como una piedra y a duras penas te estiras para beber agua de un charco de agua mugrienta. Casi siento pena por ti cuando veo como tu lengua áspera lame con fruición la superficie del líquido. Pero entonces recuerdo que estamos en guerra. Que sabes que quiero tu cabeza, y por eso, tú quieres la mía. Somos enemigos

Un día de suerte

Hoy me levanté con la pata derecha. Apenas abrí los ojos me empezaron a suceder cosas buenas; por alguna extraña y curiosa razón, amanecí calientito. Desperté completamente cubierto por una prenda humana de corte afelpado y agradable olor. No sé si cayó desde una ventana, ni tampoco si alguien simplemente la tiró por considerarla basura, o si alguien la perdió sin siquiera darse cuenta. Yo prefiero pensar que un humano compasivo me vio temblando de frio en medio de la oscuridad y se apiado de mí, deshaciéndose de una prenda útil para él, pensando que su regalo me haría pasar una suave y cálida noche. Sí, seguro fue eso. Doblé cuidadosamente mi recién obtenida “cobija”, y me encaminé hacia la avenida. Habitualmente siempre tengo que pasar corriendo como loco cuando paso frente a la tienda, porque la señora de “los tubos” en la cabeza me echa una cubetada de agua helada. Pero hoy no fue así: se los repito, era mi día de suerte.  Cuando apenas iba a encarrerarme para librar el emb