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Mostrando entradas de diciembre, 2018

Fátima

<<Enlace activado>> <<Ubicación de la brecha temporal: Campiña portuguesa>> <<Año de contacto: 1917 [300 años antes de Nuestra Era]>> <<Posibles receptáculos del mensaje: 14>> <<Actividad primaria de los potenciales destinatarios: pastoreo>> <<Receptor más próximo: 600 metros>> <<Inicio de la transmisión en 4, 3, 2, 1…>> <<Reciban mi más cordial saludo, jóvenes pastores. Mi nombre es Fara Tiberia Máxima, sargento primero del Ejército Imperial Lusitano. He sido designada para establecer una línea de comunicación efectiva con ustedes, y prevenirlos sobre ciertos acontecimientos históricos de alto impacto para su núcleo social.>> –¡Qué cosa! ¿Has visto, Jacinta? ¡Esa mujer nos está hablando!   –¡Dios mío! ¡Santa Virgen de los pastores! ¿Cómo ha dicho que se llama? ¿Fátima? ¡No me lo creo, Paco!  <<No. Mi nombre no es “Fátima”. Soy Fara Tiberia, sargento primer

Guardianes del Tíbet

Bajo el cálido manto de un nutrido grupo de estrellas, Didi contempla absorto la infinita noche. Relajado, pero en constante estado de alerta, bufa cuando una fría corriente de aire choca contra su nariz, y alza las orejas por instinto, aguzando el oído para detectar el más mínimo cambio en el entorno. Orgulloso de su rol como guardián nocturno, mira con cierta condescendencia a Hei-lang, el imponente y fiero mastín tibetano que duerme plácidamente en el piso inmediato superior a su residencia. Sus ronquidos, tan grandes como su colosal envergadura, se suceden en compás junto con el canto de los grillos, quienes, a pesar del frío, continúan chirriando como si el mundo les debiera legitima obediencia. Mas pocos ruidos hay salvo el par antes descrito. Didi suspira y se congratula a si mismo por tener otra noche tranquila en la montaña. No porque le molesten la aventura o el peligro (todos saben bien que los Lhasa Apso son los canes más valientes en esta tierra), sino porque es mejor

La mujer del Peñón

-CDMX, hace más de 13 mil años- Todavía puedo sentir el olor de esa bestia inundando el ambiente. Sé que aún está por ahí, acechando mis pasos, aguardando a que cometa un simple error que me convierta en su próxima cena. Quiero sentarme y apoyar la espalda sobre una roca, pero presiento que en cualquier momento ese “diente puntiagudo” caerá sobre mí y terminará con mi penosa existencia. Apenas y puedo contener la respiración. No debí dejar al grupo, pero cuando Tukún mencionó que “las hembras no servíamos para nada”, mi sangre simplemente se encendió. Ni siquiera sé que me llevó a tomar mi pica y lanzarme de forma estúpida al encuentro del “gigante lanudo”. Quizá fueron el orgullo o la arrogancia. O tal vez fue simplemente un acto de mera insensatez. Será algo que nunca sabré si no consigo salir viva de esta. Ahora me pregunto: ¿habré hecho bien al salir con la partida de caza? ¿Debí quedarme junto a las demás hembras a raspar pieles y afilar puntas de hueso? No. ¡NOOO!

La Garza y el Águila

El viento silbó con furia sobre la cabeza de Ilhuitemoc, arrancando de paso un par de plumas de garza de su elaborado tocado. Ansioso por devolver el golpe, el campeón texcalteca bajó su defensa por un segundo, y balanceó la espada maqahuitl frente a su adversario intentando intimidarlo. Pero no funcionó, y en lugar de acometer con un contraataque efectivo, recibió un golpe de escudo en el rostro que lo dejó severamente aturdido. Dio un par de pasos hacia atrás y meneó la cabeza rápidamente para recuperarse del impacto. No podía volver a distraerse. No ahora. No contra un rival tan exageradamente peligroso… Su contrincante era Tlecoatl, el más sanguinario en la orden de los campeones águila del imperio Mexica. Se decía incluso que era el favorito del Venerado Orador Ahuizotl, y que por tal motivo se le había prometido elevarlo al rango de Cuauhchique al término de esta “guerra florida”. Claro, siempre y cuando capturara vivo al más peligroso de los campeones texcaltecas.