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Mostrando entradas de julio, 2018

Una noche para la venganza

Al fin, después de tantos años, puedo mirarlo a los ojos una vez más. Solo que en esta ocasión, todo será diferente. La última vez me tuve que comer mi coraje. Saturé mis venas de decepción e impotencia, y aunque tenía ganas de llorar a moco tendido, me aguanté como los machos y no dejé escapar más que una sola lagrima. Y esa fue suficiente para que ese infeliz me llamara "chamaco chillón". Todavía recuerdo la risa de ese tipo nefasto señalándome. Lo miré a los ojos y todo quedó bien claro. El no sentía el más mínimo remordimiento por haber matado a mi papá. "Así eran las luchas" dijo. Se dio la vuelta y se encaminó a los vestidores como si nada hubiera pasado, mientras mi papá yacía tirado en el suelo, con un charco de sangre rodeando su cabeza. La prensa se dividía entre los que querían fotografiar al nuevo campeón de los pesos pesados y los que querían llenar la primera plana de sus diarios con una imagen del todavía fresco cadáver. Así eran las luc

Gorgoneion

–Gorgona-3, ¿todo se encuentra bien ahí abajo? – exclamó una voz apenas comprensible debido al ruido de fondo producido por la estática. –Todo transcurre de acuerdo al programa– respondió Medea mientras presionaba con fuerza la antena receptora de su casco. – Durante los últimos ciclos no he recibido visita alguna de especímenes humanos; al parecer la leyenda de la “Medusa” ha surtido efecto tanto en lugareños como en aventureros. Si el entorno permanece libre de alteraciones en el futuro inmediato, seré capaz de terminar el análisis geológico solicitado por la comandante Hécate. –De acuerdo, Gorgona-3. Trabaja con la mayor celeridad posible; recuerda que por cada ciclo ctónico percibido por nuestro cuerpo, transcurren 30 años humanos. Llevas ahí abajo 7.3 ciclos, de los cuales 5 han estado libres de interrupciones humanas. Si atendemos a las leyes de la probabilidad, es altamente posible que recibas “visitas” inesperadas durante el próximo ciclo. Además, ten en cuenta que nuestros

Terror en el agua

–¡No se acerquen al río! Al menos no esta noche – dijo el Capitán Amacopilli en un tono que no admitía discusión. Los guerreros inclinaron la cabeza y se dieron la vuelta decepcionados. Esperaban relajarse un poco en el agua después del entrenamiento de aquel día. Amacopilli los miró fijamente hasta que todos abandonaron la pequeña playa. Era su deber como noble y campeón, proteger la vida de sus soldados, incluso del daño que pudieran provocarse ellos mismos. Cuando estuvo bien seguro de que ya nadie permanecía en el lugar, le dio la espalda al rio y respiró muy hondo. Está campaña lo estaba agotando. A sus 45 años le era cada vez más difícil ponerse el casco de águila y saltar como un loco en la primera línea del campo de batalla. Tal vez después de conquistar este último bastión totonaca el venerable Huey Tlatoani le permitiera retirarse y vivir una vida apacible en su casa a las faldas del ancestral Popocatépetl. Si, soñaba con un futuro mejor, uno donde la guerra fuera so

Es cuestión de perspectiva

-Sucedió en África, hace no mucho tiempo – He estado persiguiéndote durante días. Te he acechado desde las sombras durante ya tanto tiempo que he perdido la cuenta de los soles y las lunas que han pasado frente a mis ojos. Voy tras tu rastro con gran tenacidad, esperando que cometas algún error y entonces pueda cazarte…y matarte… A veces te veo dormir. He intentado acercarme, pero tu respiración entrecortada me ha hecho pensar que tal vez solo estás fingiendo, aguardando a que me acerque lo suficiente para tirarme un zarpazo letal y convertirme así en una más de tus víctimas. Una más de tus legendarias historias. Algunas veces pareces flaquear. Caes en la tierra como una piedra y a duras penas te estiras para beber agua de un charco de agua mugrienta. Casi siento pena por ti cuando veo como tu lengua áspera lame con fruición la superficie del líquido. Pero entonces recuerdo que estamos en guerra. Que sabes que quiero tu cabeza, y por eso, tú quieres la mía. Somos enemigos

Humor negro

–¡Ahí! En el puente – digo en voz baja. –¿Segura, señorita? – pregunta el viejo taxista arqueando las cejas –. Se ve bien peligroso ese lugar, ¿no quiere que la deje más adelante? –¡No! ¡Ahí! – contesto con vehemencia. –Pero, ¿por qué ahí? – dice cuestionándome nuevamente. ­– Porque… ahí fue donde me morí… Apenas termino la frase, el conductor da un volantazo inesperado y el automóvil se vuelca a unos metros de llegar al puente peatonal. El viejo compacto da tres vueltas sobre el pavimento y luego explota levemente. Quizá la volcadura provocó que el tanque de gasolina estallara… ¡Jajaja Jajaja! ¡Otro a la lista! Me felicito a mí misma por otra excelente broma fantasmal, luego me siento en la banca de concreto a la que siempre suelo acudir después de cada accidente, y miro fascinada el bailoteo de las llamas que envuelven al pequeño vehículo. Me parece que a lo lejos se oyen algunos gritos, pero los lamentos humanos nunca me han interesado mucho que digamos, así que ha

Kynos Argos

Parece mentira que siga divirtiéndome tanto el mirar a los humanos. ¡Es qué son tan impredecibles y entretenidos! Siempre tratando de ser lo que no son, de convertirse en héroes de una multitud que los olvidará un instante después, de transformarse en leyendas de poblados que quizá mañana ya no existirán… ¡Ay, humanos! ¿Cómo aburrirse con ellos? Además, hay que reconocer que son afectuosos. Podría jurar sin lugar a dudas que todos los hombres que han cruzado las puertas de este gimnasio me han prodigado al menos una caricia en la cabeza. Si, sé que no es precisamente un orgullo el decir que te ha tocado un humano, pero si Zeus presume el haber tocado a tantas humanas, ¿Por qué no he yo de presumir esto? A final de cuentas soy solo un perro. Quizá un poco más grande, blanco y ágil que los demás, pero al fin soy solo eso, un miserable y en ocasiones, sucio perro… ¡Qué días aquellos en que corría cual estrella fugaz a través de la Acrópolis! Como olvidar aquella hermosa tarde

Un héroe inesperado

-Nubia, año 66 d.C- Sentado afuera de su tienda, Eleazar miraba con desazón y tristeza a las múltiples estrellas que brillaban en el firmamento nocturno que cobijaba al desierto. Suspiraba continuamente y de cuando en cuando se mordía los dedos del puño derecho para evitar a toda costa el echarse a llorar. No alcanzaba a comprender como es que su destino había cambiado tanto; hace apenas un par de años era un importante comerciante de telas en Jerusalén, y ahora era tan solo un pobre diablo errante y quebrado, sin futuro, sueños, ni una mísera gota de esperanza. Todo había sido culpa de la guerra que su pueblo sostenía con los romanos; ¿en qué cabeza cabía retar al imperio más poderoso del mundo? ¿Qué existía en los corazones hebreos que los invitaba a pelear a muerte una guerra que simplemente no podían ganar? Suspiró otra vez. Desconocía la respuesta, pero conocía el sentimiento. Él también había sentido arder su sangre judía cuando los romanos les impusieron el nom