En el lago de las
penas, allá donde ahogué mis peores fracasos, vive el último de los peces de
piedra. Creí que incluso él ya había desaparecido, pero sólo se había
escondido.
Fingió ser una roca
para no ser molestado, pero pronto se aburrió de ser ignorado. Nadó otra vez a
la superficie, y cuando sintió las miradas humanas una vez más sobre él, dio un
salto de gusto, tan fuerte que expulsó toda el agua del lago.
Sólo quedaron en
aquel vacío las penas y los temores, el agua exiliada se evaporó hasta
convertirse en nubes y el pez detuvo su corazón a medio vuelo, sorprendido por
lo que había causado.
Ahora el lago de
las penas se llama la barranca del pescado, y en el lugar puedes observar como
decoración central, la estatua de un pez con el rostro desencajado.
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