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Mostrando entradas de 2018

Fátima

<<Enlace activado>> <<Ubicación de la brecha temporal: Campiña portuguesa>> <<Año de contacto: 1917 [300 años antes de Nuestra Era]>> <<Posibles receptáculos del mensaje: 14>> <<Actividad primaria de los potenciales destinatarios: pastoreo>> <<Receptor más próximo: 600 metros>> <<Inicio de la transmisión en 4, 3, 2, 1…>> <<Reciban mi más cordial saludo, jóvenes pastores. Mi nombre es Fara Tiberia Máxima, sargento primero del Ejército Imperial Lusitano. He sido designada para establecer una línea de comunicación efectiva con ustedes, y prevenirlos sobre ciertos acontecimientos históricos de alto impacto para su núcleo social.>> –¡Qué cosa! ¿Has visto, Jacinta? ¡Esa mujer nos está hablando!   –¡Dios mío! ¡Santa Virgen de los pastores! ¿Cómo ha dicho que se llama? ¿Fátima? ¡No me lo creo, Paco!  <<No. Mi nombre no es “Fátima”. Soy Fara Tiberia, sargento primer

Guardianes del Tíbet

Bajo el cálido manto de un nutrido grupo de estrellas, Didi contempla absorto la infinita noche. Relajado, pero en constante estado de alerta, bufa cuando una fría corriente de aire choca contra su nariz, y alza las orejas por instinto, aguzando el oído para detectar el más mínimo cambio en el entorno. Orgulloso de su rol como guardián nocturno, mira con cierta condescendencia a Hei-lang, el imponente y fiero mastín tibetano que duerme plácidamente en el piso inmediato superior a su residencia. Sus ronquidos, tan grandes como su colosal envergadura, se suceden en compás junto con el canto de los grillos, quienes, a pesar del frío, continúan chirriando como si el mundo les debiera legitima obediencia. Mas pocos ruidos hay salvo el par antes descrito. Didi suspira y se congratula a si mismo por tener otra noche tranquila en la montaña. No porque le molesten la aventura o el peligro (todos saben bien que los Lhasa Apso son los canes más valientes en esta tierra), sino porque es mejor

La mujer del Peñón

-CDMX, hace más de 13 mil años- Todavía puedo sentir el olor de esa bestia inundando el ambiente. Sé que aún está por ahí, acechando mis pasos, aguardando a que cometa un simple error que me convierta en su próxima cena. Quiero sentarme y apoyar la espalda sobre una roca, pero presiento que en cualquier momento ese “diente puntiagudo” caerá sobre mí y terminará con mi penosa existencia. Apenas y puedo contener la respiración. No debí dejar al grupo, pero cuando Tukún mencionó que “las hembras no servíamos para nada”, mi sangre simplemente se encendió. Ni siquiera sé que me llevó a tomar mi pica y lanzarme de forma estúpida al encuentro del “gigante lanudo”. Quizá fueron el orgullo o la arrogancia. O tal vez fue simplemente un acto de mera insensatez. Será algo que nunca sabré si no consigo salir viva de esta. Ahora me pregunto: ¿habré hecho bien al salir con la partida de caza? ¿Debí quedarme junto a las demás hembras a raspar pieles y afilar puntas de hueso? No. ¡NOOO!

La Garza y el Águila

El viento silbó con furia sobre la cabeza de Ilhuitemoc, arrancando de paso un par de plumas de garza de su elaborado tocado. Ansioso por devolver el golpe, el campeón texcalteca bajó su defensa por un segundo, y balanceó la espada maqahuitl frente a su adversario intentando intimidarlo. Pero no funcionó, y en lugar de acometer con un contraataque efectivo, recibió un golpe de escudo en el rostro que lo dejó severamente aturdido. Dio un par de pasos hacia atrás y meneó la cabeza rápidamente para recuperarse del impacto. No podía volver a distraerse. No ahora. No contra un rival tan exageradamente peligroso… Su contrincante era Tlecoatl, el más sanguinario en la orden de los campeones águila del imperio Mexica. Se decía incluso que era el favorito del Venerado Orador Ahuizotl, y que por tal motivo se le había prometido elevarlo al rango de Cuauhchique al término de esta “guerra florida”. Claro, siempre y cuando capturara vivo al más peligroso de los campeones texcaltecas.

Los Estados Unidos de América Central

–Salimos al aire en 3, 2, 1… –Bienvenidos estimados televidentes, a este su informativo matutino. Soy Carmen, y aquí están las noticias. –dijo la conductora mientras acomodaba algunos papeles que se hallaban dispersos en su escritorio–. Hoy se cumplen 434 días del incidente que el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica calificó como “el más descarado intento de invasión de todos los tiempos”; miles de migrantes venidos de diversos países de Centroamérica intentaron cruzar por la fuerza la frontera estadounidense, hecho que propició una inesperada declaración de guerra por parte de los norteamericanos, en primer lugar, para Honduras y Guatemala, y posteriormente para El Salvador.  Las repercusiones del conflicto han calado hondo en el ámbito internacional, y hoy, en espera del pronunciamiento oficial de la ONU al respecto, tenemos a Santiago Bertrán, nuestro corresponsal, trasmitiendo en directo desde Managua, hoy la estrella número cinco de la recién formada república

Exilio

-1911, a bordo del buque "Ypiranga"- —¿Tú crees todo eso que dicen de mí, Carmelita? —¿A qué te refieres, viejo?—respondió la mujer, sin dejar de mirar el vasto horizonte. Porfirio suspiró muy hondo y fijó la mirada en el piso, como avergonzado de la pregunta que recién había formulado. La verdad era que no sabía por donde empezar... Se decían tantas cosas de él, que resultaba prácticamente imposible elegir una para dar inicio a la conversación. —¿Viejo? — inquirió su esposa, al momento en que lo sujetaba suavemente del brazo—¿Estás bien? —Sí, sí... Discúlpame, Carmelita. Es solo que... Me cuesta trabajo creer que fui obligado a abandonar mi querido México. —Tú no abandonaste a tu país, Porfirio, tu país te abandonó a ti... Que no se te olvide nunca. El anciano esbozó una media sonrisa y luego se frotó con delicadeza las mejillas. Le dolían mucho las encías, y tareas tan simples como sonreír o hablar lo agotaban en extremo. —¿En verdad le hice tanto daño a México

Una flor revolucionaria

Todavía tengo un poco de sangre seca en la piel y la ropa, producto de la última escaramuza que sostuvimos con los federales. Ni siquiera recuerdo en qué momento se terminó el combate, solo tengo imágenes vagas y dispersas flotando en la cabeza, en las que manchones cafés huían despavoridos de mi “improvisado” ejercito, ese que el gobierno llama despectivamente “una turba de viejas argüenderas”, y que ha demostrado ser mucho más que un simple grupo de mujeres encabronadas; ha probado incluso ser una armada más peligrosa y letal que los “disciplinados” ejércitos de hombres del poder federal. Ya los quisiera ver, a esos pelados de uniforme planchado y gorrita almidonada, haciendo lo que mis mujeres y yo hemos logrado hacer: repeler una y otra vez a militares y bandidos por igual, tomar ciudades a punta de rifle y machete, y sobre todo, recordarle a la mujer que no vino a esta tierra para ser un adorno, sino más bien para brillar, y con su propia luz, no con el pálido reflejo de lo que

El primer vuelo del colibrí

—Coatepec, hace ya mucho tiempo— –Voy a preguntártelo por última vez: ¿Quién es el padre del hijo que estás cargando y en vano tratas de ocultar? – dijo la mujer de cabello largo que lideraba al grupo de fieros guerreros. –No sé de qué hablas, Coyol, yo no tengo idea de lo que… –¡¡NO MIENTAS! – gruñó la mujer, golpeando la tierra con el pie derecho, con tal fuerza que, inmediatamente después, una enorme grieta apareció en el suelo. Coatlicue dio un par de pasos hacia atrás intentado separarse de su amenazadora hija, pero apenas se alejó un poco, chocó contra el escudo de plumas de uno de sus vástagos. Miró a la derecha y se vio cercada por otros tres de ellos. Observó de reojo a la izquierda y la situación no era diferente; cuatro de sus otrora amados centzonhuiznahua , las estrellas del sur, le habían cerrado el paso, y la observaban con el rostro colérico y los arcos cargados. Su destino estaba sellado: moriría aquel día. Poco importaba si les revelaba a sus hijos