La arena está a reventar, nunca en la vida he visto un sitio tan lleno como este lugar. Toda la crema y nata de la sociedad taurina se encuentra presente.
Y no es para menos; esta noche, el Matador es el gran Vaquus Valentus – el humanero más famoso de toda Tauritania – campeón invicto durante cinco temporadas completas de Humanomaquía – el deporte más peligroso del mundo –se enfrentará a cinco furiosos humanos armados con garrotes de cedro y caoba.
Muchos dicen que enfrentar a estas criaturas primitivas es un acto de innegable salvajismo, pero la verdad es que en el fondo a nadie le importa lo que suceda con estos animales. Porque seamos sinceros, solo se trata de eso: animales, bestias inmundas de escasa inteligencia, nula utilidad –salvo las hembras, quienes producen una leche de sabor muy agradable – y alta propensión a la violencia.
Fue precisamente esa característica suya la que los hizo merecedores de nuestra atención: hace algunos siglos a un grupo de mis antepasados se les ocurrió echarlos a un ruedo y batirse en duelo con ellos. El resultado fue un acontecimiento bastante espectacular, donde nuestros toros más valientes podían dar muestras de su asombrosa valía y fortaleza sin tener que enfrentar un inútil combate con alguien de nuestra misma especie.
¡Ah! Las tradiciones, que el todopoderoso Taurus las bendiga y guarde. Son ellas las que han hecho posible esta noche.
Aquí, en la mágica Arena del magno Toribius, seremos testigos de un maravilloso espectáculo, uno que hará que hasta los más escépticos y negativos se pongan en pie para conceder el triunfo a nuestro valeroso Matador.
La puerta de las bestias se abre: cinco humanos altos y musculosos salen de ella visiblemente confundidos. Estoy plenamente seguro de que estos animales ni siquiera tenían idea de lo que les esperaba esta noche. Ingenuos, seguro creyeron que los cuidábamos tanto para mantenerlos como mascota, solo esas bestias humanas pueden ser tan idiotas...
En pro del espectáculo, pedí que les pusieran un casco de madera y los armaran con dos garrotes. Esta noche de Humanomaquía debe de ser la más especial de toda la historia taurina.
Los mugidos no se hacen esperar: el público se desgañita lanzando abucheos e insultos al por mayor. Al parecer las bestias están un poco asustadas. Eso es bueno; los humanos llenos de pánico son mucho más combativos que los relajados.
Pronto el miedo los lleva a colocarse al centro de la arena, espalda con espalda, apretujados unos con otros, como si eso fuera a protegerlos del mortal destino que les espera.
Finalmente, el portón del triunfo se abre de par en par y Vaquus hace su aparición: esta vestido de gala, con su armadura dorada y su espada plateada. En su peto puede apreciarse un hermoso grabado de un toro degollando a dos humanos ancianos, y en las grebas que cubren sus espinillas pueden verse a dos de esas bestias lampiñas blandiendo enormes lanzas de piedra.
¡Vaquus! Siempre respetuoso de las salvajes tradiciones de sus víctimas. Era todo un deleite verlo.
Al notar la presencia del Matador, las primitivas criaturas intuyen lo que está ocurriendo: la arena que están pisando es su antesala a la muerte. Visiblemente contrariados, se lanzan al ataque contra el único blanco que tienen: Vaquus.
El humano más grande llega primero. Su piel blanca refleja la hermosa luz de la luna. Lleva ambos garrotes en alto tratando de asustar a nuestro campeón; pero nuestro héroe es asombrosamente hábil, y con un giro de cadera esquiva al furioso hombre, el cual inevitablemente queda a su merced...
Es entonces cuando con gran cadencia, Vaquus descarga un furioso golpe de espada sobre el lomo descubierto de la bestia. Dado que la espada solo tiene un ligero filo, el daño causado al humano no es a nivel mutilación, sino a nivel contusión. Tan pronto siente el impacto, la criatura deja salir un grito desgarrador; debo confesar que esos quejidos siempre me han parecido de lo más divertido.
Azuzados por el daño a su compañero, los demás hombres corren en su auxilio: se lanzan al ataque como bestias posesas y asustadas, impulsadas más por el deseo insulso de sobrevivir que por el coraje mismo.
Vaquus los golpea magistralmente a uno tras otro: el primero recibe un golpe en la quijada con el mango de la espada; el segundo siente de lleno el impacto de una patada cortesía de la pezuña derecha de nuestro héroe; el tercero es sujetado de la fea cabellera y golpeado tres veces en el pecho por el puño del Matador; y el cuarto es fácilmente evadido por un brinco espectacular, para después ser pisoteado ferozmente cuando las patas del campeón descienden nuevamente al suelo.
El humanero alza los brazos pidiendo un aplauso por parte de la multitud. La ovación es concedida, aunque pronto el griterío es interrumpido de tajo; una de las bestias se ha puesto de pie y pretende embestir a Vaquus. Creyéndose imbatible, el Matador pone los brazos en jarras retando al humano, igual que si le estuviera diciendo: “¿Es que acaso no entiendes que tú vida está en mis manos?”
Llena de furia, la criatura pone todas sus fuerzas en el desesperado ataque; levanta su garrote y deja caer un poderoso golpe. El campeón lo esquiva y sonríe. No se da cuenta de que otra de esas bestias traidoras está justo detrás de él y entonces recibe un poderoso golpe de garrote en la nuca.
El inesperado impacto lo hace escupir algunas gotas de sangre por la boca. Los humanos celebran su fútil victoria. Vaquus los mira de reojo y corre hacia el barandal de la arena; ahí le esperan sus asistentes, que le cambian la espada sin filo por una cimitarra dentada.
El público aplaude y los hombres tiemblan. De alguna forma saben lo que les espera. El Matador se lanza hacia ellos con furia. Sin saber exactamente que hacer, le salen al paso intentando defenderse los unos a los otros. Imposible, su destino ya ha sido escrito; apenas tiene cerca a uno, Vaquus le asesta un terrible golpe con la cimitarra. El resultado es una cabeza cercenada. El graderío se vuelve loco de la emoción. Sin esperar una nueva ovación, el campeón taurino embiste con su cabeza a un par de humanos distraídos; a uno le clava uno de sus filosos cuernos en las costillas y a otro lo derriba para luego rematarlo con un mandoble de cimitarra.
Los dos restantes tratan en vano de hacerle frente apretujándose entre sí, pero Vaquus rompe la improvisada formación y deja caer sobre ellos poderosos ataques que invariablemente terminan con algún miembro humano mutilado.
Pronto todos los humanos están tirados sobre la arena del ruedo: uno sin cabeza, otros dos heridos de gravedad en el pecho, y dos más sujetándose los muñones ensangrentados en donde alguna vez hubieron manos y piernas.
El respetable se pone de pie; ha sido una faena maravillosa, una noche simplemente memorable. Suspiro con alivio, mi espectáculo una vez más les ha encantado. Pronto las luces del pequeño estadio se enfocan en mí; es hora de que dé mi veredicto sobre la corrida de humanos que ha tenido lugar el día de hoy. Me pongo de pie y agito la mano derecha; eso significa orejas.
El público pierde la razón y estallan en aplausos.
Luego, alzo ambas manos y dibujo un circulo con ellas; con eso quiero decir que la corrida me ha encantado, y que le concedo al Matador el invaluable rabo humano.
Los espectadores terminan de enloquecer, y en medio de incesantes aplausos, animan a Vaquus a que tome su premio.
Sin dejar de sonreír, extrae una pequeña daga de su cinturón y alza las manos. Luego, se acerca a las bestias caídas y les corta una oreja a cada una – incluido aquel del que solo queda la cabeza – inmediatamente después agradece a la afición. Exhala muy fuerte y se hinca sobre sus rivales vencidos, los pone de frente y les rebana su pequeño rabo. Es un premio bastante diminuto en apariencia, pero de gran valía emocional; pues la leyenda cuenta que en ese pequeño órgano reproductor reside la feroz virilidad de los primitivos humanos.
El ruido de los aplausos es ensordecedor, apenas y puedo escuchar mis propios pensamientos.
No importa lo que digan los activistas prohomus, esta es en verdad una hermosa tradición. Por el Toro de los Cielos, ¡en verdad amo la Humanomaquía!
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
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