–¡Atención! Todos los cadetes deben reportarse de inmediato al centro de la nave nodriza. El descenso de la capsula de batalla “Serpiente Emplumada” iniciará en menos de 4 medidas temporales. ¡Rápido, no hay tiempo que perder! – ordenó una voz robótica que parecía venir de todas partes.
Ce no dudó ni un instante en seguir las indicaciones del omnipresente comandante androide, y rápidamente se ajustó el traje de combate que le permitiría controlar vía neural a su máquina bélica de entrenamiento, el poderoso “Atlante”, hecho de granito de asteroide y metal sideral.
Un par de figuras conocidas comenzaron a seguirlo cuando apenas se dirigía al túnel principal de la nave nodriza; eran Tol y Huit-5, su mejor amigo y robot asistente, respectivamente.
Sonrió al verlos y apretó el paso; no deseaba llegar a tarde a sus décimos juegos de guerra, ya que si todo salía bien en esta edición, obtendría el grado de Teniente de escuadrón, y sería asignado a vigilar un cuadrante espacial de forma independiente, es decir, sin ningún molesto oficial del ministerio de guerra cuestionando cada uno de sus actos.
El escenario para estos juegos había resultado ser uno de sus sistemas favoritos: el de la esfera solar en el centro, el único con 8 planetas girando alrededor del astro mayor. Era como si le rindieran pleitesía por alguna extraña proeza cósmica de la edad antigua, un tiempo mucho más viejo incluso de que él y su gente, los homínidos blancos de ChacMool, amos y señores de la Vía Láctea.
Mientras corría con inusitada prisa hacia el centro de la nave nodriza, revisó por última vez las coordenadas del lugar: Norte - 20 grados, 3 minutos, 23 segundos y Oeste – 99 grados, 20 minutos y 31 segundos. Se trataba de una meseta con una gran planicie en su punto central, una tierra fresca de abundante viento y olor a hierba, un sitio que su amigo Tol había jurado conquistar muchas veces más de las que él pudiera recordar.
Pronto Ce y los demás cadetes abarrotaron el punto de reunión designado en el navío estelar y tomaron sus posiciones junto a sus “Atlantes”. Cada unidad robótica estaba dispuesta para ser tripulada por dos individuos: un piloto y un artillero.
El “Atlante” marcado con el número “1” tenía como piloto a Ce y como artillero a Tol. Apenas recibida la indicación, ambos subieron al androide de piedra y se ajustaron los arneses de seguridad. Huit-5, el robot asistente, tomó su sitio en la cabecera del asiento de Ce, desde donde podía tener una vista panorámica envidiable a través de los ojos del gigantesco guerrero de piedra.
El joven Ce miró a su alrededor; había otros 9 “Atlantes” listos para la batalla. En el juego de guerra de hoy tomaría lugar una batalla campal donde solo uno de los titánicos robots quedaría en pie. No podía permitirse perder esta batalla, su futuro estaba en juego; si deseaba ser un oficial de primer orden, el momento era ahora, la oportunidad simplemente no podía ser desaprovechada.
Una compuerta metálica se abrió en el piso de la nave nodriza: la capsula de batalla con el nombre de “Serpiente Emplumada” abandonó la seguridad del navío estelar y cargada con 10 gigantescos androides de piedra meteórica emprendió el camino hacia la atmósfera del tercer planeta del llamado “sistema solar”.
Una vez cruzada la peligrosa capa de gases que protegía el planeta, la “Serpiente Emplumada” abrió sus compuertas tácticas y soltó su preciada carga: los “Atlantes” fueron cayendo uno a uno con dirección a las coordenadas designadas. Los juegos de guerra comenzarían en cualquier momento.
–¡Ajuste de cañones oftálmicos, listo! – exclamó Tol de la nada. Ce solo mordió sus labios sin decir palabra. Al notar el silencio, su compañero prosiguió: –Balas de tungsteno listas y dispuestas en los dedos de extremidades superiores; corazón de energía solar lleno hasta su máxima capacidad; extremidades inferiores aceitadas y preparadas para el combate, ¿me estás escuchando, Ce?
–A la perfección, Tol. Es solo que… estoy tan pendiente de no fallar, que siento que irremediablemente las cosas saldrán mal… discúlpame, un piloto que aspira a ser oficial no debería de pensar en estas cosas… – respondió el joven operador del "Atlante" 1.
–Deja de invocar al fracaso, estoy seguro de que no vendría a por nosotros ni siquiera por aburrimiento. Somos demasiado listos para caer en sus garras, ¡pero no te distraigas! Casi puedo asegurarte de que los 9 “Atlantes” restantes se aliarán entre ellos para hacernos la vida imposible. Estoy convencido de que antes de disparar una sola bala contra otro descargarán todo su arsenal de laser contra nosotros…
Ce sonrió con desgano y musitó un débil “sí” que no fue capaz de convencer a Tol de que las cosas marchaban bien. Su futuro les aguardaba allá abajo, a decenas de carreras largas de distancia.
Y era mejor ser sinceros, un eventual regreso triunfal a ChacMool podría jamás ocurrir: las prácticas de combate eran completamente impredecibles, y en los juegos de guerra, todo, absolutamente todo, podía suceder.
El suelo del tercer planeta del sistema solar retumbó desde sus adentros cuando los primeros “Atlantes” pisaron su faz, y como si el viento terrestre supiera que invasores de otro mundo habían irrumpido en sus dominios, sopló con una inusual fuerza interrumpiendo por algunos instantes la comunicación entre los robots de piedra y la capsula de batalla.
Aprovechando las fallas en la transmisión de voz y datos, los “atlantes” con los números 4, 5 y 7 establecieron rápidamente una alianza con el fin de deshacerse cuanto antes de Ce y su robot; haciendo gala de asombrosa habilidad, los pilotos lograron mover a sus androides alrededor del “atlante” 1 y apuntaron sin chistar la mirada laser de sus robots hacia el objetivo.
Sin aguardar por algún tipo de señal que indicara la sincronización de los ataques, las tres unidades dispararon contra su rival, esperando que sus láseres hicieran blanco y desvanecieran a su contrincante.
Pero Ce no era fácil de intimidar, y Tol tampoco… antes de que sus adversarios dispararan, ellos ya habían logrado salar hacia atrás para evadir los disparos. Con un pie en tierra y el otro aún en el aire, Tol apuntó los poderosos brazos de su “Atlante” hacia sus confiados enemigos, que recibieron de lleno el impacto de las balas de tungsteno.
Los “Atlantes” rivales hincaron una rodilla en suelo, la señal de que habían perdido el primer “asalto” de la pelea. Sin regodearse demasiado con su pequeña victoria, Ce y Tol se apresuraron a correr hacia el otro extremo del campo de batalla.
Los “Atlantes” 9 y 10 los seguían de cerca: Ce pudo ver que se acercaban descaradamente hacia ellos, apuntando con sus ojos laser y lanzando continuos disparos de advertencia que de milagro no dieron en el blanco.
Pronto no solo fueron los números 9 y 10; también el 3 y el 8 se habían sumado a la persecución, poniendo a Ce y a su artillero en graves aprietos. Si no hacían algo pronto, su sueño de ser oficiales quedaría en el olvido. Ce sujetó con enorme fuerza la palanca de mando del “Atlante” y la giró múltiples veces hacia abajo. El androide número 1 trastabilló y se impactó en el suelo levantando una enorme nube de polvo. Convencidos de que Ce y Tol habían tropezado, los perseguidores se detuvieron en seco y esperaron a que la polvareda se disipara. Jamás se dieron cuenta de que una enorme mole de piedra rodaba hacia ellos…
El “Atlante” número 1 no había caído realmente: se había echado al suelo para rodar con dirección a sus contrincantes, y haciendo uso del impulso que había ganado con los giros sobre el suelo, arremetió furioso contra los pies de sus adversarios.
¡5 robots de piedra se colisionaron con el suelo en medio de un estruendo gigantesco!
Con las probabilidades a su favor, Ce puso de pie a su androide y pidió a su amigo que disparara; una lluvia de descargas laser se cernió sobre los “Atlantes” caídos, obligándolos a rendirse también en el primer asalto.
De pronto el viento dejó de soplar y las comunicaciones con la capsula de batalla se restablecieron:
– Los cadetes Ce y Tol han dejado fuera de combate a siete unidades “Atlante” durante el primer asalto. 21 lunas se suman a su puntuación en la práctica de guerra. El segundo asalto iniciará en diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro… esperen, esperen… 5 objetos no identificados están atravesando la atmosfera del planeta. Aborten los juegos y regresen inmediatamente al punto de reunión. Repito, aborten los juegos y retornen al punto de reunión, ¡ahora! – dijo la implacable voz robótica de la nave transporte “Serpiente Emplumada”.
Desconcertados, los cadetes no asimilaron la orden de inmediato. Sin abandonar sus “Atlantes”, se miraron los unos a los otros, intentando encontrar respuestas claras donde solo había confusión e incluso temor.
–¡Vamos, síganme! – gritó Ce haciendo una seña con su robot de piedra. Aún confundidos, sus compañeros decidieron seguir sus pasos y enfilar su camino hacia el punto de reunión. Cuando solo un par de carreras cortas los separaba de su objetivo, los cinco objetos ni identificados aterrizaron a tan solo unos cuerpos de ellos…
Cinco naves triangulares cubiertas por laminas reflejantes de color purpura se posaron frente a los jóvenes cadetes, formando una improvisada barrera de brillo mortecino que no vaticinaba nada bueno, sino por el contrario, auguraba un futuro notablemente malo.
– ¡Fuego a discreción! – ordenó Ce sin miedo a que los demás no siguieran sus indicaciones.
Una andanada de balas de tungsteno se estrelló furiosa contra la superficie laminada de las curiosas naves, creando sin querer una espesa nube de humo que pronto impidió ver si los objetivos habían sido aniquilados. Ce pidió un cese al fuego, y cuando la humareda se desvaneció, descubrió con horror que no solo las cinco naves permanecían intactas, sino que además los tripulantes de las mismas habían salido a su encuentro a presentar batalla. Las cosas no se podían poner peor, ¿o sí?
– ¡Maldita sea! – exclamó Tol –. Esos malditos son Kukulcanes, serpientes antropomorfas del sector Xibal… su potencia física es mucho mayor que la nuestra, y temo decir que su tecnología es también más avanzada. No sé cómo pudieron encontrarnos… Ce, tenemos que salir de aquí, no somos rivales para ellos, hay que intentar escapar…
Los hombres serpiente rieron ante la pasividad que los Atlantes mostraban tras la primera descarga de disparos. Era poco más que notorio que les divertía jugar con una presa inferior a ellos, y que aguardaban por el momento preciso para aniquilarlos por completo.
Ce dio un paso hacia atrás, y los demás lo siguieron. Dejaron de apuntar hacia los kukulcanes, bajaron los brazos y agacharon las cabezas, dando a entender a sus enemigos que mostraban aflicción y arrepentimiento por su comportamiento impulsivo.
Las serpientes rieron y los señalaron con sorna, haciendo mofa de ellos en un idioma que desconocían.
Los “Atlantes” seguían caminando hacia atrás, mientras los acechantes kukulcanes se arrastraban hacia ellos, tronando sus garras a cada “paso”, advirtiéndoles con la mirada la tragedia que se avecinaba.
El silencio era avasallador, y el único sonido que se escuchaba en aquel improvisado campo de batalla era el continúo reptar de los hombres serpiente intentando dar alcance a los jóvenes cadetes de ChacMool.
De repente, el crujido de una roca rompió la monotonía sonora del momento; una piedra se hizo polvo bajo los pies del “Atlante” número 5, que había resultado ser el más nervioso de todos. Los kukulcanes rieron y lanzaron un disparo al aire desde una de sus naves. Algunos cadetes se sobresaltaron, lo cual provocó más burlas y carcajadas.
La distracción era clara y palpable. Ce lo sabía, y decidió jugarse el todo por el todo, intentando inclinar la balanza a su favor…
–¡Formación escalonada! ¡Romboide ofensivo! ¬– ordenó lleno de confianza.
Sus compañeros obedecieron nuevamente, demostrando con su actuar que más que odiar a Ce, lo respetaban demasiado. Pronto hicieron dos filas muy largas que los dejaba muy lejos el uno del otro; algunos habían corrido hacía adelante, otros hacia atrás. Efectivamente habían dibujado un rombo con su formación, y cuatro de los diez habían conseguido colocarse detrás de los hombres serpiente, logrando al menos, borrar las sonrisas de los rostros de sus adversarios.
–¡Disparo preventivo al suelo! ¡Laser a tierra, laser a tierra! – gritó el joven piloto del “Atlante” 1 confiando en que sus aliados volvieran a ejecutar su orden.
Lo hicieron sin chistar; apuntaron los láseres oftálmicos al suelo y dispararon asombrosas ráfagas de luz que levantaron enormes cúmulos de polvo del suelo. Los kukulcanes se mostraron confundidos ante la inesperada maniobra, sin embargo nunca dejaron de sentirse superiores a sus rivales, de tal modo que decidieron permanecer en su sitio hasta que los “Atlantes” nuevamente se pusieran a su merced.
Pero la nube de humo era solo la primera parte de la estrategia; al ver que las serpientes antropomorfas permanecían estáticas, Ce puso en marcha la siguiente parte del plan:
–¡Tírense al suelo! ¡Rueden hacia ellos!
Recordando el movimiento que Ce había aplicado contra ellos hacia apenas un rato, los demás cadetes sonrieron ante la ocurrencia y accedieron a llevar a cabo aquel descabellado plan. Tumbaron a sus “Atlantes” sobre el suelo y rodaron hacia sus adversarios. Pronto se colocaron entre ellos sin ser notados, ya que las nubes de humo seguían obstaculizando la visión de los presuntuosos hombres serpiente.
Todos estaban ahí, infiltrados en las filas de los temibles reptiles especiales. Todos, excepto Ce y Tol, que no habían rodado hacia ellos, sino que habían corrido directamente hacia las naves enemigas, buscando hacerse con la única oportunidad que tenían de ganar la batalla: atacar a los kukulcanes con sus propias armas…
–¡Disparen! – exclamó Ce mientras alzaba el brazo derecho de su “Atlante” para dar mayor énfasis a su orden.
Sus aliados no lo dudaron ni un segundo: descargaron toda su furia contra las confiadas serpientes, que recibieron de lleno el impacto de centenas de rayos laser sobre sus escamosos cuerpos. La sangre purpura de los kukulcanes pronto comenzó a brotar en el campo de batalla.
Parecía una victoria segura.
Sin embargo, pronto las cosas retornaron a su cauce; aunque heridos, los hombres serpiente seguían presentando una resistencia física envidiable, y con su monstruoso tamaño, hicieron frente a “puño limpio” a los poderosos “Atlantes”. Los reptiles atacaron de forma sanguinaria a los robots de piedra, arrancando sus brazos y piernas sin miramientos, para luego encajar sus afiladas garras sobre el pecho de granito de los androides, aniquilando en el proceso a los frágiles pilotos y artilleros.
En un suspiro los 9 “Atlantes” aliados de Ce se desplomaron sobre el suelo; habían presentado una batalla digna, pero inútil, y el joven piloto del androide numero 1 sintió de inmediato el peso sobre sus hombros, a consecuencia de la muerte de los que alguna vez fueron sus compañeros en la academia militar.
–Es ahora o nunca. Hay que hacerlo, Ce. Por ellos… – murmuró Tol señalando el arsenal de la nave principal enemiga.
Ce asintió y descargó un furioso puñetazo sobre la superficie de la nave principal enemiga. La lámina de la compuerta se sumió por completo y dejó a la vista el control del cañón de protones. Aun con lágrimas en los ojos y el remordimiento comiéndole cada palmo de su cuerpo, Ce disparó el arma contra los asesinos kukulcanes.
El disparo vaporizó uno a uno a sus enemigos. La venganza estaba consumada, ahora sus compañeros podrían en verdad descansar en paz. Agotado por la batalla, el “Atlante” número 1 le dio la espalda a lo que hasta hace poco había sido el campo de batalla. Se puso de rodillas para extraer el cañón de la nave enemiga, y entonces, al intentar ponerse de pie, fue incapaz de conseguirlo…
–¿Tol? ¿Qué está sucediendo? Tú controlas la vista en el torso, dime porque no puede poner al robot de pie… ¿Tol? Amigo, ¿estás ahí?
Un sudor frio comenzó a recorrer la frente y el cuello de Ce, que sin dudar pulsó el botón de eyección del asiento y abandonó su cabina de piloto en el “atlante”. Una vez en el suelo, se percató de que un kukulcan aún seguía vivo, y tenía su brazo incrustado en el pecho de su androide de guerra.
Con su último soplo de vida, había conseguido clavar sus garras en el corazón de su “atlante”, y con ello acabar con la vida de su mejor amigo, el valiente Tol, el artillero que jamás se daba por vencido, y que prefería ponerse en peligro que poner en riesgo la vida de su piloto…
Por puro trámite Ce apuntó el cañón de protones hacia la serpiente, vaporizándola en un suspiro.
Cerró los ojos y e inhalo muy hondo. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que ya no estaba acompañado por nadie, salvo por la muerte y la desolación. Había pagado un precio muy alto por la supervivencia en estos juegos de guerra.
Decepcionado por su accionar y carcomido por el remordimiento de haber dejado morir a sus compañeros, pensó en quitarse la vida con la capsula de uranio que guardaba en el cinturón de su uniforme. Cuando se disponía a ingerir la píldora, su robot asistente le plantó cara y dijo:
–Señor, creo que antes de cometer una imprudencia, debería de honrar a sus amigos enterrando sus unidades de combate. En vista de que ya o tienen brazos ni piernas, sugiero clavarlos en el suelo como pilares mortuorios.
Ce asintió y llamó a la capsula de batalla “serpiente emplumada” para que lo asistiera. La unidad de vuelo automatizada acudió a su llamado y le informó que la nave nodriza los había abandonado a su suerte apenas comenzada la batalla contra los kukulcanes.
Resignado, Ce optó por ignorar el hecho y se concentró en dar sepultura a sus amigos, mientras la “Serpiente emplumada” incrustaba a los “Atlantes” en la meseta con la ayuda de una especie de brazos mecánicos.
Una vez terminada la tarea, la idea del suicidio volvió a su mente. Una vez más, su robot de asistencia se presentó ante él y le reveló nueva información:
–He detectado la presencia de individuos homínidos de nivel 3. Quizá el señor quiera examinarlos antes de tomar alguna decisión importante.
–¿Examinarlos? – respondió Ce de forma cortante, irritado por la sugerencia del pequeño autómata.
–Sí, tal vez los considera dignos de recibir algún tipo de capacitación social que los ayude en su proceso de evolución.
El joven piloto pensó en aquella loca idea por un momento, y de inmediato vino a su mente que su mejor amigo deseaba “conquistar” ese lugar y ponerle su nombre. Tal vez, y solo tal vez, valdría la pena iniciar un nuevo mundo ahí; no por la gloria de ser un descubridor, sino en homenaje a aquellos que habían dado su vida por preservar aquel inútil pedazo de tierra…
–Tollan. Llamaré a este lugar “Tollan”, en honor a él, que soñaba con conquistar mundos que sabía bien jamás le pertenecerían…
El robot asintió y luego agregó:
–Señor, los homínidos nivel tres se encuentran detrás de nosotros, y se preguntan con insistencia quién es usted y qué hace aquí.
Ce los miró con detenimiento y vio mucho de los homínidos de ChacMool en esos primitivos individuos de piel cobriza y cabello oscuro. Quizá con el entrenamiento adecuado podría hacer de ellos unos verdaderos ciudadanos tolteca, igual que aquellos que vivían a millones de carreras largas de ahí, más lejos de las estrellas, más allá de su entendimiento, más allá del sol…
Con renovada confianza, caminó hacia ellos. Se quitó los guantes del uniforme y dejó ver su pálida piel blanca, provocando una especie de curiosa admiración y elevado recelo en los gestos de sus rostros.
Sin dar mayores explicaciones, les tendió la mano derecha y con la izquierda les señaló el cielo. Los nativos le observaban fijamente dando ocasionales vistazos al firmamento.
Sí, ya habían comprendido el lugar de donde él venía. Les sonrió, e inclinando la cabeza dijo:
–Soy Ce Acatl Topiltzin, único sobreviviente de la mítica serpiente emplumada.
Sus interlocutores dibujaron una pequeña sonrisa en su cara: aquel nombre tan largo les resultaba muy curioso. Luego, sin dejar de sonreír, estrecharon su mano.
“Que extraño” pensó Ce Acatl mirando con atención a su nuevo hogar; su vida no había terminado, más bien, apenas estaba comenzando…
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
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