Ir al contenido principal

Robótica dental



El doctor Vázquez realizaba los últimos ajustes a su más reciente invento: la estructura dental autómata, que buscaba acabar de una vez por todas con las molestias derivadas de perder la dentadura humana original.

Fue un largo proceso que involucró días enteros de trabajo en el laboratorio, donde el esfuerzo fue tanto informático como manual. La programación de cada uno de los 32 dientes no resultó tarea sencilla, pues cada uno de ellos tenía una función en particular: el premolar 1 y el premolar 2 realizaban la primera y segunda compresión. Luego el molar alfa trituraba el alimento en cuestión, facilitando que los molares beta y gama prepararan la ingestión completa de la masa nutrimental.

Sonaba complicado, ¡Y lo era! Pero resultó más difícil aún conectar los pequeños hilos de fibra óptica que conducían las órdenes de masticado desde el centro de comando neural (un pequeño chip externo que se colocaba en la sien derecha) hasta cada unidad dental.

Pero la obra estaba finalmente terminada, y el doctor se permitió al fin esbozar una pequeña sonrisa. Luego se colocó el centro de comando neural en la sien y dijo: “Inicio” en voz muy baja. 

Enseguida acercó un vaso lleno hasta el tope con una solución salina y abrió la boca para extraer de ella su propia dentadura postiza, hecha de porcelana y mucosa plástica. Finalmente y sin vacilar, se ajustó la estructura dental autómata en sus encías inflamadas.

Caminó hacia el refrigerador del laboratorio y sacó un jugoso filete, que aunque frio, lucia suculento. Después se encaminó hacía el horno para calentarlo, y justo en ese momento se llevó una desagradable sorpresa: su dentadura robot se volvió loca. Comenzó a abrir y cerrar sin control, mordiendo la lengua del doctor y brincando hacia el plato que contenía la deliciosa carne.

Al encontrarla la trituró con avidez, y en medio de su frenesí dental acabo también con el plato de cerámica.

El doctor miró con horror el trágico resultado del proyecto en el que había invertido meses. Susurró un “apagado” y el dispositivo dejó de moverse. Lo tomó entre las manos y dijo: “Prototipo 55: fallido. El dispositivo aún se vuelve loco cuando detecta carne humana.”


Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"

Comentarios

Entradas populares de este blog

Teyolîtectiliztli

Hoy no veo poesía a mi alrededor. No me enerva el perfume de las flores ni me maravilla el canto del cenzontle. No me atrae la belleza del amanecer. Tampoco generan emoción en mí la risa de los niños o las dulces voces de las doncellas. Hoy no veo poesía en ninguna parte. Quizá todas las flores se han marchitado. Tal vez todos los sueños se hicieron polvo y volvieron a la tierra suelta. ¡No sé! Y me enfurece no saber. ¿A dónde han ido los colores y las canciones? ¿Por qué han dejado de pasear las estrellas por el firmamento? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? ¿O seré yo quién ha perdido la razón? Echo a andar por el palacio y no veo nada que me devuelva la inspiración. Solo me rodea la arrogancia del hombre, que se envanece transformando la piedra vulgar en escultura ejemplar.  Sin importar a donde mire, la influencia terrenal domina la escena, recordándome – muy a mi pesar– que vivo y moriré en un burdo mundo material. ¿Dónde están los dioses que dieron forma al mund

Trempulcahue

  Me llaman. Puedo escucharlas con claridad. Sus voces buscan refugio en mis oídos y hacen eco en mi corazón. Y quiero ir, en verdad lo deseo. Pero aquí se niegan a soltarme.  Me abrazan, lloran, se lamentan… Y piden que me quede, que no los abandone, pero yo ya no pertenezco aquí. Es hora; me esperan allá. El cielo se tiñe de naranja, amarillo y púrpura. El viento mece mis cabellos, y un sonido, estremecedor, hace temblar mis manos y pies. Es su llamado. El de los peces colosales que superan en tamaño a nuestros imponentes templos. Son ellos, los gigantes de color gris y azul que no dejan de verse enormes aunque se acerquen al horizonte… Ya vienen. Y es por mí. Casi cien veranos han transcurrido en mi piel, y el momento de pisar otros pastos, beber otra agua y respirar otro aire al fin ha llegado. Mis nietos, ignorantes del ciclo del sol, se aferran a mis manos y farfullan plegarias, apesadumbrados. Mis hijos varones reniegan de los dioses por lo bajo; algunos maldicen la voluntad de

La noche en que el león conoció al jaguar

<<México-Tenochtitlan, 30 de Junio de 1520>> Regimientos completos de hombres blancos y guerreros texcaltecas huían en desbandada por las calles de Tenochtitlan. Presas del pánico y el miedo, corrían despavoridos en dirección hacia Tlacopan, donde esperaban reagruparse para efectuar la más cobarde de las retiradas. Mi madre nos permitió observar el intento de escape de los farsantes pálidos desde una de las ventanas de nuestra casa. Ella misma se permitió arrojar algunas piedras durante el caos reinante de aquella cálida noche. Recuerdo que mi hermano y yo reímos cuando una de esas rocas le pegó en la cabeza a una de sus enormes bestias de largas patas. El hombre que montaba a aquel monstruo cayó estrepitosamente al suelo. Intentó levantarse, pero jamás lo logró. Uno de nuestros nobles Cuauhpilli descendió sobre él y le atravesó la garganta con su lanza. El hombre blanco ni siquiera pudo dar un último aullido de dolor. Tan pronto como su cuerpo dejó de respirar