El siguiente relato se presenta en forma de carta. Es el último mensaje que una abuela española deja a sus hijos y nietos. A veces las mejores herencias no son ricas en monedas, pero si lo son en letras...
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Queridos nietos:
Hubiera querido heredarles algo más que trapos viejos y cacharros descompuestos. Quizá alguna joya familiar de extrema belleza e inmaculada historia. Tal vez alguna obra de arte que mostrará los tiempos felices que viví en mi niñez, o los graves que viví cuando era una jovencita casadera. Pero no tengo nada de eso. Nunca lo tuve, y vista la situación, tampoco lo tendré.
Pero aunque mi vida fue pobre, mi historia sigue siendo rica. Quizás ahí reside mi auténtico legado, en una de tantas memorias que aún flotan perennes en mi cerebro senil.
Sepan que siempre fui libre. Que nunca fui súbdita de un rey, prisionera de una república en pañales, ni esclava de una dictadura que amenazaba con ser eterna.
En mi mente y en mis actos, cada segundo de mi vida gocé de absoluta libertad. Nadie puede quitarte las alas cuando eres libre de verdad. No importan los golpes, las patadas, las persecuciones ni las balas. Ninguna desgracia es capaz de alcanzar a aquel que piensa y vive con libertad.
Y aunque hoy esté en Asturias, y dadas las terribles circunstancias, posiblemente también muera aquí, recuerden hijos míos que soy madrileña. Que nací y crecí en Madrid, y que espero con fervor que mis cenizas reposen ahí. Porque fue allá donde sucedió el recuerdo que quiero heredarles.
Fue en Madrid donde todo el caos comenzó.
El 14 de Abril de 1931 creímos que España cambiaría para bien. Pero pasaron tantas cosas, tan difíciles de enumerar, que aún al día de hoy me es difícil es recordar.
La República se desmoronaba un poco más cada día, eran tiempos difíciles y tortuosos, salir a la calle era peligroso, pero quedarse en casa también lo era. Así que solo nos quedaba una opción: vivir.
Así fue como un 12 de Julio, uno de los tantos republicanos de Madrid, el teniente José del Castillo perdió el único bien que importa en este mundo: la vida misma.
Era un tipo necio, pero valiente. A pesar de que ya habían intentado asesinarlo un par de veces. Se negó a dejar Madrid. Le costó la vida. Un simple giro en la calle de Augusto Figueroa bastó para que cuatro pistoleros le arrebataran el aliento. Cayó pesado en el suelo. Como una roca, como un tronco. Ni siquiera pudo desenfundar su arma… un periodista intentó ayudarle, pero era demasiado tarde. Cuando llegó a la casa de socorro el teniente ya estaba muerto.
Por favor, hijos míos, jamás hagan caso omiso a una amenaza. Nunca cedan ni huyan de ella, pero tampoco la ignoren. A veces una simple piedra puede hacer volcar una carreta.
Y las carretas volcadas son un peligro en los calles. Hacen que la gente se vuelva loca y pierda el sentido del camino. Les provoca tremendas ansías de resolver el problema, cuando lo único que debían hacer era analizarlo y aprender de él.
Así les paso a los republicanos. Dejaron de pensar. Solo querían ajustar las cuentas. A veces el acierto de un día es la equivocación de una época.
En su afán de vengarse, buscaron desquitarse con alguien de la Falange. Esa noche del 13 de Julio la milicia socialista llegó a un domicilio erróneo. Eso solo sirvió para crisparles más los nervios. Tenían ansias de venganza y lo mejor que se les ocurrió fue apresar al diputado Calvo Sotelo. Lo subieron a un auto, y pasó lo que tenía que pasar. La situación llegó al extremo.
El automóvil avanzó doscientos metros y se escucharon dos detonaciones. El diputado Calvo Sotelo cayó al suelo. Inerte. Sin vida.
A partir de aquel momento, mi amada patria se sumió en la confusión. Lo recuerdo todo a partir de aquel momento, pero no lo quiero contar hoy.
Quiero que este testamento termine así, con el final de un gran sueño y el principio de una pesadilla.
Ese, mis queridos hijos, es mi más preciado regalo. El conocimiento que espero los lleve directo a la auténtica libertad.
Los amo, a todos y cada uno de ustedes. A mis bellos hijos, a mis adorados nietos y a ese par de pillos gemelos que abrieron el camino a la generación de bisnietos.
Recuerden que aunque mañana muera, siempre estaré aquí.
Hasta siempre,
La abuela Sofía
Principado de Asturias, España, a 21 de Noviembre de 1975
Original de J.D. Abrego
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Queridos nietos:
Hubiera querido heredarles algo más que trapos viejos y cacharros descompuestos. Quizá alguna joya familiar de extrema belleza e inmaculada historia. Tal vez alguna obra de arte que mostrará los tiempos felices que viví en mi niñez, o los graves que viví cuando era una jovencita casadera. Pero no tengo nada de eso. Nunca lo tuve, y vista la situación, tampoco lo tendré.
Pero aunque mi vida fue pobre, mi historia sigue siendo rica. Quizás ahí reside mi auténtico legado, en una de tantas memorias que aún flotan perennes en mi cerebro senil.
Sepan que siempre fui libre. Que nunca fui súbdita de un rey, prisionera de una república en pañales, ni esclava de una dictadura que amenazaba con ser eterna.
En mi mente y en mis actos, cada segundo de mi vida gocé de absoluta libertad. Nadie puede quitarte las alas cuando eres libre de verdad. No importan los golpes, las patadas, las persecuciones ni las balas. Ninguna desgracia es capaz de alcanzar a aquel que piensa y vive con libertad.
Y aunque hoy esté en Asturias, y dadas las terribles circunstancias, posiblemente también muera aquí, recuerden hijos míos que soy madrileña. Que nací y crecí en Madrid, y que espero con fervor que mis cenizas reposen ahí. Porque fue allá donde sucedió el recuerdo que quiero heredarles.
Fue en Madrid donde todo el caos comenzó.
El 14 de Abril de 1931 creímos que España cambiaría para bien. Pero pasaron tantas cosas, tan difíciles de enumerar, que aún al día de hoy me es difícil es recordar.
La República se desmoronaba un poco más cada día, eran tiempos difíciles y tortuosos, salir a la calle era peligroso, pero quedarse en casa también lo era. Así que solo nos quedaba una opción: vivir.
Así fue como un 12 de Julio, uno de los tantos republicanos de Madrid, el teniente José del Castillo perdió el único bien que importa en este mundo: la vida misma.
Era un tipo necio, pero valiente. A pesar de que ya habían intentado asesinarlo un par de veces. Se negó a dejar Madrid. Le costó la vida. Un simple giro en la calle de Augusto Figueroa bastó para que cuatro pistoleros le arrebataran el aliento. Cayó pesado en el suelo. Como una roca, como un tronco. Ni siquiera pudo desenfundar su arma… un periodista intentó ayudarle, pero era demasiado tarde. Cuando llegó a la casa de socorro el teniente ya estaba muerto.
Por favor, hijos míos, jamás hagan caso omiso a una amenaza. Nunca cedan ni huyan de ella, pero tampoco la ignoren. A veces una simple piedra puede hacer volcar una carreta.
Y las carretas volcadas son un peligro en los calles. Hacen que la gente se vuelva loca y pierda el sentido del camino. Les provoca tremendas ansías de resolver el problema, cuando lo único que debían hacer era analizarlo y aprender de él.
Así les paso a los republicanos. Dejaron de pensar. Solo querían ajustar las cuentas. A veces el acierto de un día es la equivocación de una época.
En su afán de vengarse, buscaron desquitarse con alguien de la Falange. Esa noche del 13 de Julio la milicia socialista llegó a un domicilio erróneo. Eso solo sirvió para crisparles más los nervios. Tenían ansias de venganza y lo mejor que se les ocurrió fue apresar al diputado Calvo Sotelo. Lo subieron a un auto, y pasó lo que tenía que pasar. La situación llegó al extremo.
El automóvil avanzó doscientos metros y se escucharon dos detonaciones. El diputado Calvo Sotelo cayó al suelo. Inerte. Sin vida.
A partir de aquel momento, mi amada patria se sumió en la confusión. Lo recuerdo todo a partir de aquel momento, pero no lo quiero contar hoy.
Quiero que este testamento termine así, con el final de un gran sueño y el principio de una pesadilla.
Ese, mis queridos hijos, es mi más preciado regalo. El conocimiento que espero los lleve directo a la auténtica libertad.
Los amo, a todos y cada uno de ustedes. A mis bellos hijos, a mis adorados nietos y a ese par de pillos gemelos que abrieron el camino a la generación de bisnietos.
Recuerden que aunque mañana muera, siempre estaré aquí.
Hasta siempre,
La abuela Sofía
Principado de Asturias, España, a 21 de Noviembre de 1975
Original de J.D. Abrego
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