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Mostrando entradas de marzo, 2019

La princesa que se cansó de esperar

Miró hacia abajo con desdén. Allá, muy a lo lejos, se alzaban decenas de hermosos arboles llenos de frutos y flores. Parecían danzar con el viento que venía del norte, e incluso algunas veces, si se quedaba muy quieta y dejaba de respirar, podría incluso jurar que murmuraban viejas canciones, compuestas en un tiempo que ya no existe por personas que ya todo el mundo había olvidado. Se frotó la nariz con el pulgar y el índice. Nuevamente el polvo venido de las montañas buscaba hacerla estornudar. Aguantó cuatro, cinco segundos, pero al final el estornudo la venció.  Limpió su nariz con la manga de su vestido y continúo mirando hacia el suelo. No hay muchas cosas que hacer cuando se está encerrada en la torre más alta de un viejo castillo. La única compañía con la que puedes contar es tu propia soledad. Tus pensamientos son tus únicos amigos, aunque a veces también se convierten en tus enemigos. Pensar es lo único que se puede hacer cuando tu miserable existencia se li

En el despacho del virrey

—¡La real audiencia da inicio! — exclamó un hombre enjuto y de ademanes delicados. Con pasmosa lentitud, los funcionarios se dispusieron a entrar en el gran salón, lugar predilecto del virrey para llevar a cabo las juntas de gobierno. Si bien todos hubieran preferido que la audiencia se llevara a cabo en uno de los jardines del Palacio Real, prudentemente guardaban silencio sobre sus predilecciones; el virrey —o uno de sus tantos oídos— podía escucharlos y exiliarlos a Alaska o las Filipinas, lugares de donde se contaba, uno ya no volvía nunca. —¡Su alteza, el virrey, preside! —avisó el hombrecillo de los gestos suaves. Todos se pusieron de pie para recibir a la máxima autoridad de la Nueva España. Falsas sonrisas brotaron de la nada apenas subió al estrado. Innecesarias loas y burdos halagos se hicieron presentes también. El virrey, cansado de tanta zalamería, fingió no escuchar nada y tomó con desprecio el pliego de papel que contenía las ordenanzas del día. Prime

Biguidibela

Tan oscura era aquella noche, que no podía verse más allá de la propia nariz. Densas nubes negras envolvían a la luna y las estrellas, tornando el ambiente en un paraje frío y desolador, donde incluso el viento se mostraba renuente a danzar y soplar. La lógica dictaba que nadie se atrevería a salir de sus madrigueras con tan funestas señales, sin embargo, siempre había alguien que ignora la voz de la naturaleza y decide seguir su propio camino. En esta ocasión se trataba de “Zaa”, el joven conejo que argumentaba no temerle a nada. Aprovechando que la competencia por las flores de cardos era nula aquella noche, emprendió una arriesgada expedición que lo dotaría de cantidad suficiente para almacenar en su guarida y hacer frente así al crudo invierno que se avecinaba. Motivado en un principio por la facilidad de la misión, comenzó a alejarse cada vez más de la zona de madrigueras, y se internó sin querer en la ciudad abandonaba que los humanos solían llamar “Monte Albán”. El