Bajo el cálido manto de un nutrido grupo de estrellas, Didi contempla absorto la infinita noche. Relajado, pero en constante estado de alerta, bufa cuando una fría corriente de aire choca contra su nariz, y alza las orejas por instinto, aguzando el oído para detectar el más mínimo cambio en el entorno. Orgulloso de su rol como guardián nocturno, mira con cierta condescendencia a Hei-lang, el imponente y fiero mastín tibetano que duerme plácidamente en el piso inmediato superior a su residencia. Sus ronquidos, tan grandes como su colosal envergadura, se suceden en compás junto con el canto de los grillos, quienes, a pesar del frío, continúan chirriando como si el mundo les debiera legitima obediencia. Mas pocos ruidos hay salvo el par antes descrito. Didi suspira y se congratula a si mismo por tener otra noche tranquila en la montaña. No porque le molesten la aventura o el peligro (todos saben bien que los Lhasa Apso son los canes más valientes en esta tierra), sino porque es mejor...
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