—Coatepec, hace ya mucho tiempo— –Voy a preguntártelo por última vez: ¿Quién es el padre del hijo que estás cargando y en vano tratas de ocultar? – dijo la mujer de cabello largo que lideraba al grupo de fieros guerreros. –No sé de qué hablas, Coyol, yo no tengo idea de lo que… –¡¡NO MIENTAS! – gruñó la mujer, golpeando la tierra con el pie derecho, con tal fuerza que, inmediatamente después, una enorme grieta apareció en el suelo. Coatlicue dio un par de pasos hacia atrás intentado separarse de su amenazadora hija, pero apenas se alejó un poco, chocó contra el escudo de plumas de uno de sus vástagos. Miró a la derecha y se vio cercada por otros tres de ellos. Observó de reojo a la izquierda y la situación no era diferente; cuatro de sus otrora amados centzonhuiznahua , las estrellas del sur, le habían cerrado el paso, y la observaban con el rostro colérico y los arcos cargados. Su destino estaba sellado: moriría aquel día. Poco importaba si les revelaba a sus hijos ...
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