El único momento memorable en una arena de toros se da cuando el bovino ha sido "indultado", pues con ese logro el supuesto "animal" le da una valiosa lección a los humanos. La mal llamada "bestia" ha triunfado y ha demostrado ser más noble y valiente de lo que ellos jamás podrán ser... Los dejo con la historia real de un toro que logró evadir la muerte.
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Despierto de un profundo sueño. Un griterío incesante me taladra los oídos. Parece que hay una fiesta allá afuera.
Siento una caricia en el lomo. Me piden que espere.
¿Esperar? ¿A qué o a quién?
Más caricias. Me desespero. No pienso aguardar más. Voy a ver que hay más allá, donde la luz hace que la arena hierva…
¡Allá voy!
De un salto libro la cerca. Respiro fuerte y arrastro las patas en la arena para hacer notar mi llegada. Eso asusta a los caballos, eso asusta a los humanos… dos jinetes salen a mi encuentro, tratan de atacarme con curiosas varas emplumadas.
Ingenuos.
¿Qué pueden hacer las plumas frente a los sables de un samurái?
Embisto con furia para que sepan que no estoy jugando. Uno de ellos alcanza a huir, pero el otro no corre con tanta suerte. Cae del caballo y se revuelve en el suelo completamente aterrado.
Le pego una cornada para darle un aviso al siguiente rival: ¡Esto no te será fácil, matador! La gente que gritaba hace unos momentos en las gradas permanece extrañamente callada. Creo que lo he logrado, conseguí callar su clamor. Pero de pronto, el griterío vuelve.
El campeón en traje de lentejuelas hace su aparición. Su manta roja se agita provocándome. Me arrojo hacia el con todas mis fuerzas.
Un círculo perfecto se forma cuando su brazo se alza para evitar mi ataque. Freno en seco y ataco de nuevo. Una vez, y otra, y otra más. Continuamente obligo al matador a cambiar de mano para evitar mis embistes.
Está sudando. Sus ojos desorbitados me miran con miedo y emoción a la vez.
Creo que este “Niño” jamás había enfrentado a un samurái…
Miro alrededor. Pañuelos blancos ondean en lo alto.
Mi rival hace un gesto y alza su espada. Mira a la izquierda para buscar inspiración, y solo encuentra un pañuelo color naranja.
Sonríe. La gente lo llama “paisano”… No entiendo que pasa.
El matador clava la espada en el suelo, me mira a los ojos y dice:
—Felicidades Samurái, has sido indultado…—
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
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Despierto de un profundo sueño. Un griterío incesante me taladra los oídos. Parece que hay una fiesta allá afuera.
Siento una caricia en el lomo. Me piden que espere.
¿Esperar? ¿A qué o a quién?
Más caricias. Me desespero. No pienso aguardar más. Voy a ver que hay más allá, donde la luz hace que la arena hierva…
¡Allá voy!
De un salto libro la cerca. Respiro fuerte y arrastro las patas en la arena para hacer notar mi llegada. Eso asusta a los caballos, eso asusta a los humanos… dos jinetes salen a mi encuentro, tratan de atacarme con curiosas varas emplumadas.
Ingenuos.
¿Qué pueden hacer las plumas frente a los sables de un samurái?
Embisto con furia para que sepan que no estoy jugando. Uno de ellos alcanza a huir, pero el otro no corre con tanta suerte. Cae del caballo y se revuelve en el suelo completamente aterrado.
Le pego una cornada para darle un aviso al siguiente rival: ¡Esto no te será fácil, matador! La gente que gritaba hace unos momentos en las gradas permanece extrañamente callada. Creo que lo he logrado, conseguí callar su clamor. Pero de pronto, el griterío vuelve.
El campeón en traje de lentejuelas hace su aparición. Su manta roja se agita provocándome. Me arrojo hacia el con todas mis fuerzas.
Un círculo perfecto se forma cuando su brazo se alza para evitar mi ataque. Freno en seco y ataco de nuevo. Una vez, y otra, y otra más. Continuamente obligo al matador a cambiar de mano para evitar mis embistes.
Está sudando. Sus ojos desorbitados me miran con miedo y emoción a la vez.
Creo que este “Niño” jamás había enfrentado a un samurái…
Miro alrededor. Pañuelos blancos ondean en lo alto.
Mi rival hace un gesto y alza su espada. Mira a la izquierda para buscar inspiración, y solo encuentra un pañuelo color naranja.
Sonríe. La gente lo llama “paisano”… No entiendo que pasa.
El matador clava la espada en el suelo, me mira a los ojos y dice:
—Felicidades Samurái, has sido indultado…—
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
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