El tapir percibió una amenaza cercana. El crujir de una rama lo puso en alerta. Miró hacia el frente y se percató de que el camino se había terminado. A los lados la situación no parecía ser mejor. La espesa selva no dejaba siquiera pasar la luz. Jamás se dio cuenta de que había llegado a un callejón sin salida. Quizá el mismo que lo seguía lo había conducido hasta ahí. Contuvo el aire y decidió no moverse hasta cerciorarse de que estaba en medio de un peligro mortal. Un nuevo crujido. En esta ocasión había sido una hoja seca. Tragó saliva. Miró de reojo y vio la silueta delgada y ágil de un ocelote. Estaba agazapado en una rama, en lo alto de un árbol. Se estaba preparando para saltar. El tapir decidió que era el momento de jugar su última carta. Se echó al suelo y fingió estar enfermo. Su cuerpo convulsionado asustó al cazador felino, que decidió huir ipsofacto. El ocelote no sabía que ocurría, pero tampoco tenía deseos de investigarlo. Cuando estuvo seguro de que la amenaza se...
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