-Ocurrió en una arena de toros-
Puedo sentir su respiración. Cada uno de sus jadeos retumba en mis oídos. Hace que me duela la cabeza. Pero aunque está tan cerca, apenas y puedo verlo con dificultad. La sangre que brota de mi nuca se ha corrido hasta mis ojos, y una espesa niebla roja me cubre las pupilas. Es tan densa que solo puedo ver débiles siluetas.
Lo veo correr hacia mí. Está preparando una nueva embestida. No sé si podré soportarla. En el último ataque mis espadas no pudieron rozarlo siquiera. Se movió con una gracia totalmente ajena a su especie, como si su cuerpo estuviera hecho de plumas capaces de flotar con el viento.
La arena me quema los pies. No tolero esa sensación, es insoportable lidiar con el polvo tapando todos y cada uno de los poros de tu piel. Transpiras, pero todo el sudor se queda en el interior, atrapado en los músculos. En verdad cuesta respirar.
Acabas por desear la muerte.
La anhelas. Como el premio a una ardua labor. Como el reconocimiento a una vida de lucha y sacrificio.
Respiro fuerte. Con brusquedad. Tallo un pie en la arena para levantar el polvo. Es un gesto inútil de virilidad que espero sirva para asustar a mi rival.
La gente grita en las gradas. No sé a quién aclaman, si a mí o al enemigo.
El ruido es simplemente ensordecedor, me confunde, me aturde, no puedo concentrarme… pero es momento de respirar hondo y enfocarse. Es mi última oportunidad. Toda la energía que me queda debe ser empleada en el movimiento final.
Está cerca.
Son solo unos pasos. Mi sanguinario rival está justo enfrente de mí. Es una bestia formidable. Un asesino sanguinario. Es un matador. Es un torero…
Da un pequeño salto para clavar sus armas puntiagudas en mi lomo. De reojo, veo venir el acero. El sonido del metal cortando el aire perfora mis oídos…
Me hago hacia un lado, ¡Voy a lograrlo! ¡En verdad podré esquivarlo!
Ya estoy a su derecha, ahora es mi oportunidad, embisto con todas mis fuerzas ¡Y siento como mis astas se clavan en su abdomen y en su pierna! Su sangre me baña el rostro, se introduce en mis ojos y me nubla la visión…
No me importa, estoy feliz. Levanto en vilo al matador ante la afición enmudecida; ¡Muere Matador, Muere!
Si, este es mi momento. .. Doy un par de saltos al frente y el cuerpo inerte de mi rival cae estrepitosamente al suelo.
Al fin puedo respirar con tranquilidad. Miró hacia todos lados para embriagarme con esa visión. Todos esos humanos callados, con lágrimas en los ojos, llorando por un falso héroe, gimiendo por un coloso construido de arcilla y papel.
Estoy feliz, pero también cansado. Necesito ver a mis cuidadores. Necesito que limpien mi piel, que la rieguen con chorros de agua y alcohol. Que me arropen con mantas gruesas y detengan mi hemorragia, que me dejen descansar en un mullido lecho de paja.
Parpadeo. Un poco de sangre se va de mis ojos. Ahora puedo ver con más claridad. Una luz cegadora ilumina mi rostro y me obliga a mirar a la izquierda. Ahí, en el suelo, solo hay una de las espadas del matador. ¿Dónde está la otra? Giro asustado, ansioso por localizarla, pero no hay nada…
De pronto, un dolor me recorre la espalda. Como si tuviera una espina clavada…
No puedo más, el sueño me está venciendo, necesito descansar. Me dejo caer en la arena, solo necesito un par de minutos para reposar, solo dos minutos y estaré listo para la siguiente batalla.
Solo dos minutos…
Solo dos…
Y entonces, espero que este, mi último combate, por fin haya terminado…
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
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