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El día de todos los santos



Luz. Una curiosa y endeble luz aparece frente a mis ojos. Me despierta. No lo comprendo. Creí que esta vez dormiría para siempre. ¿Qué es? ¿Por qué aparece ahora? Pensé que ya todo había terminado.

Luz. Otra vez. Esta ocasión es más fuerte. Me deslumbra. Mis ojos no la resisten, aunque se sienten extrañamente atraídos hacía ella.

La observó con ansias. Después de unos segundos, me habitúo a la claridad nuevamente. La luz cobra forma y deja de ser un resplandor difuso. Es una llama. Pequeña pero poderosa. La curiosidad me invade, ¡quiero ir a verla de cerca!

Miro mis patas. Lucen como antes, ¡Llenas de pelo! ¡Llenas de vida! Doy algunas vueltas para ver si mi cola sigue ahí... ¡Ahí está! ¡Vuelvo a verme como un alegre perro!

¡No puedo creerlo! ¡Estoy vivo otra vez! Es maravilloso, veré a mi familia nuevamente, voy a besar sus rostros hasta cansarme, y me voy a acostar sobre ellos para que no vayan a ningún lado sin mí.

Hay algo que intenta atraer mi mirada hacía el suelo. No quiero voltear... la última vez que miré al suelo mis ojos se cerraron y ya no pude abrirlos otra vez.

Pero la energía que desprende el piso no me deja en paz. Miro de reojo. No parece nada malo. Solo son líneas discontinuas de luz. Parecen indicar un camino. Doy un par de olfateadas. Incluso el usar mi nariz otra vez me reconforta. Doy unos pasitos al frente siguiendo las líneas de luz.

Definitivamente es un camino. No sé a dónde me lleve... cierro los ojos y dejo que mi olfato me guíe... ese olor. Lo conozco, es un olor familiar, uno que me lleno de felicidad y confianza... ¡Es mi mamá!
No mi madre biológica, a ella volví a verla aquí en el Mictlán. No, es mi madre humana, la que me cuido desde que era un cachorro, el último rostro que vi cuando partí...

Sigo olfateando y caminando. Sé que ella y toda mi familia están esperando al final del caminado iluminado. No sé porque me están dando esta oportunidad. Pero no voy a desaprovecharla.

Conforme avanzo, la luz se torna más grande. Estoy regresando al mundo de los vivos...

A solo unos pasos de llegar, la luz se apaga súbitamente. Solo queda un pequeño punto rojizo en lo que parece ser una mesa... es una mesa... es nuestro comedor. ¡Volví! Por alguna extraña razón, había vuelto. Doy algunas vueltas a toda la velocidad por la casa. Husmeo en todos los rincones y brinco en los sillones, justo como hacía cuando estaba vivo. Me subo a una silla de un brinco y entonces entiendo que está pasando...

Esa luz que me llamó y que ahora se posa orgullosa ante mí, es una vela. Estoy frente a una ofrenda... los últimos años la veía con gran admiración, me gustaba oler las frutas y las flores. Esperar por la recogida de la ofrenda y darle una mordida a un pan de muerto.

Hoy es diferente. Esta vez yo soy uno de los visitantes. Miro alrededor. Un par de pequeños espíritus revolotean por la mesa comiendo dulces y chocolates. Hoy es el día de todos los santos. Hoy es mi día de permiso para abandonar el Mictlán y visitar a mis seres queridos. Siento un nudo en la garganta. No recibí una segunda oportunidad, solo es un pase de un día al mundo de los vivos.

Quiero soltar una lágrima, pero alguien acaricia mi lomo y logra tranquilizarme.

La gran señora del Mictlán también está aquí. Me sonríe y señala las escaleras de mi vieja casa. Me está invitando a subir. Asiento con algo de tristeza y subo las escaleras con pequeños brinquitos. Doy un par de olfateadas para saber dónde está mi familia.

Me faltan algunos. Parece que ya no viven aquí. Pero algo me dice que están bien. Tras la puerta de la izquierda está uno de mis hermanos. Está profundamente dormido. Me acerco a saludarlo. Cuando me siente cerca, instintivamente acaricia mi cabeza. Hay cosas que nunca cambian.

Es hora de ver a mamá. Me aproximo tembloroso. Respiro hondo y doy pequeños pasos. Empujo la puerta al entrar y un rechinido hace que mi padre humano se dé una vuelta en la cama. Me quedo quieto. No quiero despertarlos.
El movimiento cesa y vuelve la calma. Brinco a la cama y le doy una lamida a la mano de papá. Lo oigo murmurar un "duérmete Anibalin" y mi corazón da un vuelco. Cuando llego con mamá, me quedo petrificado.

Al verla vuelven a mi mente demasiados recuerdos. Sus brazos cobijándome, sus besos en mi frente, su cálida compañía durante las tardes de lluvia... Suspiro y me acerco con mucho tiento. Me acuesto en su almohada y recargo mi cabeza en la suya. Igual que cuando estaba vivo. Quiero decirle tantas cosas, pero no sé por dónde empezar... respiro hondo... mi madre me toca la cabeza y dice entre sueños: "No bebé, no me bufes en la cara..." Sonrío... aunque está dormida, mi mama sabe que estoy ahí, acostado con ella.

Y ahí, echado en la almohada de mamá, sin saber cómo ni porque, empiezo a hablar:

–Gracias por acordarse de mi... nunca pensé que tendría un lugar en la ofrenda... menos con cosas que me gustan. Te gustaría verme ahora, otra vez tengo todos mis dientes. Allá donde vivo, las enfermedades no existen. No tengo caries ni la vista cansada. Oigo perfectamente y no tengo ni rastro de esa molesta bolita en mi pierna. Dormimos mucho, y solo despertamos cuando ustedes nos necesitan. Allá en el Mictlán, reposamos hasta que es el momento de volver a encontrarnos. Sé que te preocupas por mí. Porque a mi veces mi descanso en el otro mundo se interrumpe sin razón alguna. No te preocupes mamá, ya no estoy sufriendo. Eso que me aquejaba en vida se ha ido para siempre. ¡Me hubieras visto correr el día que llegue al Mictlán! Apoyaba todas las patas en el suelo, daba brincos para perseguir a otros perros, y ladraba bien fuerte para asustar a otros perros más grandes que yo, ¡Justo como lo hacía en vida! Ya no llores cuando me recuerdes, créeme, estoy bien. Y no, jamás voy a olvidarte. Te recuerdo siempre; recuerdo cada tamal y cada taco de carnitas. No sientas remordimiento, eso nunca me hizo daño. Nosotros los itzcuintli somos más fuerte de lo que ustedes los humanos creen. No estoy solo, aquí duermo tranquilo, en compañía de centenas de amigos caninos. Nunca le temí a los relámpagos, solo me gustaba estar contigo abrazado. Disfrutaba mucho viéndote cuidarme. Aquí no hay cohetes. La pirotecnia nunca llegará al Mictlán, así que deja de sentir escalofríos cada vez que oyes los sonidos derivados de una inesperada fiesta patronal. Te lo juro mamá, todo aquí marcha bien.

Me levanto. Camino sobre la cama y vuelvo a echarme, esta vez en sus pies. Se me ha hecho un nudo en la garganta, y me cuesta mucho trabajo seguir hablando. Quisiera solo acostarme y dormir con ellos. Meterme en las cobijas y buscar recostar mi cabeza en sus brazos... pero debo ser fuerte, aún hay muchas cosas que decir:

–Yo también me preocupo. Pienso en ustedes con mucha frecuencia, y a veces se interrumpe mi sueño pensando en si ya comieron, o si en otra vez se han quedado despiertos hasta tarde. Me gusta que pintes y bordes, pero no deberías cansar tanto tu vista, incluso los poderosos ojos humanos necesitan descansar. Déjalos llenarse de colores y luz, que se desborden con las imágenes cuadro a cuadro de tu pequeña nieta. La extraño mucho... pero confío en que está bien. Sé que mi hermano va a cuidarla... No te cierres a amar a otro perro. Sé que es difícil, pero tienes que hacerlo. Los itzcuintli no tenemos nada en el mundo de los vivos que no sean ustedes. .. Empieza quizá por amar al joven perro que llegó a casa de mi hermano y la pequeña. Es algo loco y empalagoso, pero es un buen cachorro, yo mismo me encargué de seleccionarlo y enviarlo... Confíen en mí, todo saldrá bien.

Empezó a entrar algo de luz por la ventana. Todavía estaba oscuro allá afuera, pero mis ojos podían sentir ese ligero cambio entre la noche y el día. Bajé de la cama y me quede junto al buró para decir mis últimas palabras en este viaje.

–Y aunque los extraño, puedo soportarlo, porque sé que volveré a verlos. La señora del Mictlán me ha prometido que cuando llegue el momento, yo saldré a su encuentro, yo seré el encargado de guiarlos al cielo... ¿Te imaginas? ¡Volveremos a vernos! Y tendremos toda la energía que tuvimos en antaño. Podremos correr por los campos, jugar en el pasto, sentarnos a ver las nubes y a corretear pájaros, bueno, quizá eso último no te parezca tan interesante, pero estoy seguro de que disfrutaras viendo como lo hago. Cuando llegues al Otro Mundo, ya no tendré que volver a dormir. Mi reposo terminará y estaremos juntos para siempre...

Miro el umbral de la puerta: ahí estaba la señora del Mictlán esperándome. Me hace una seña: el tiempo se ha acabado. Antes de irme, brinco otra vez a la cama para darles un último beso a mis padres. Papá me acaricia y mi mamá sonríe...

Desciendo de un brinco desde la mitad de la cama, tal como me gustaba hacerlo. Choco con la puerta y miro una última vez hacía atrás:

–Te amo mamá...

Digo con la voz entrecortada y bajo corriendo las escaleras. La señora del Otro Mundo me regala una sonrisa al verme junto a la ofrenda nuevamente: "Volverás el próximo año", me dice.

Solo asiento. Si digo una sola palabra me echaría a llorar.

La luz de mi vela se está apagando. Cierro los ojos y despierto nuevamente en el Mictlán. Suspiro feliz. Nos volveremos a encontrar, ahora lo único que resta es esperar:

Esperar a mamá.


Original de J.D. Abrego " Viento del Sur"

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