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Una noche para la venganza



Al fin, después de tantos años, puedo mirarlo a los ojos una vez más. Solo que en esta ocasión, todo será diferente.

La última vez me tuve que comer mi coraje. Saturé mis venas de decepción e impotencia, y aunque tenía ganas de llorar a moco tendido, me aguanté como los machos y no dejé escapar más que una sola lagrima.

Y esa fue suficiente para que ese infeliz me llamara "chamaco chillón". Todavía recuerdo la risa de ese tipo nefasto señalándome.

Lo miré a los ojos y todo quedó bien claro. El no sentía el más mínimo remordimiento por haber matado a mi papá.

"Así eran las luchas" dijo. Se dio la vuelta y se encaminó a los vestidores como si nada hubiera pasado, mientras mi papá yacía tirado en el suelo, con un charco de sangre rodeando su cabeza.

La prensa se dividía entre los que querían fotografiar al nuevo campeón de los pesos pesados y los que querían llenar la primera plana de sus diarios con una imagen del todavía fresco cadáver.

Así eran las luchas... Ayer héroe, hoy occiso. Víctima de un vuelo desde la tercera cuerda, mi padre fue objeto de un lance a traición de un técnico, que de técnico, no tenía nada...

Ahí acabo la vida de mi papá, en un segundo, en un instante, en un suspiro...

Al otro día nadie lo recordaba. No había quién mencionara al Relámpago Carmesí, pero todos hablaban del "Cataclismo". Hasta le pusieron el apodo del "Asesino de Leyendas"...

Así eran las luchas...

El "Cataclismo" no solo acabó con mi padre,  también terminó con nuestras vidas. Mi mamá tuvo que aceptar otro trabajo, prácticamente dejamos de verla. Yo tuve que dejar la escuela apenas terminando la secundaria para hacerme cargo de mis hermanos y mi abuela se murió de la tristeza poco a poco, mirando la foto del "Relámpago Carmesí" todas las noches hasta quedarse dormida, hasta que un día, simplemente ya no despertó.

Me prometí recobrar el honor de mi familia. Tomar venganza en nombre de mi papá, de mi abuela, de mi madre y de mis hermanos.

Y el único camino legal eran las luchas. Las mismas que me habían quitado a mi papá, esas serían las que me lo devolverían.

Al menos en cierta forma.

Entrené por años. No salía del gimnasio más que para trabajar. No dormía, mejor hacia lagartijas. No me divertía, en su lugar hacia sentadillas.

No sentía nada. En mi mente solo había rencor, dolor y melancolía.

Y después de 57 victorias en el ring, el "Relámpago Carmesí Jr.” al fin había alcanzado su objetivo.

Me dejarían enfrentar a mi máximo enemigo, a mi eterno rival, al todavía técnico, “Cataclismo”...

Esa noche, al entrar en los vestidores, diseñé mi plan. Era rudo, así que podía hacer todo tipo de trampas y marrullerías y nadie me lo impediría. Lo iba a dejar ganar la primera caída, luego en la segunda lo iba a someter con llaves dolorosas hasta rendirlo. Y en la tercera caída le iba a reventar una silla en la cabeza. Con dos o tres golpes bastaría para matarlo.

Era el plan perfecto...

Sonreí. Todo iba a salir bien. Me amarré las agujetas de las botas, y cuando iba a hacer lo mismo con la máscara, oí que alguien tosía en el otro vestidor. Era una tos seca y rasposa. Fuera quien fuera parecía que se le iba a salir un pulmón. Me asomé con cuidado para ver al autor de sonido, y mi sorpresa fue mayúscula...

Era un anciano... Vestido como el "Cataclismo"... No, más bien, ese anciano era el "Cataclismo"...

Mi archienemigo era un viejo decrepito cuyo sello personal era una tos horrenda y preocupante. Cuando me disponía a acercarme para hacerle burla, un muchachito de unos 11 años se aproximó a él con un inhalador. El viejo aspiró profundamente mientras el chico lo miraba con preocupación.

Di unos pasos hacia atrás y decidí concentrarme en la lucha. No iba a dejar que los estúpidos problemas familiares de mi enemigo arruinaran mi noche.

Minutos después, subimos al ring. Nos miramos retadores. Yo, ansioso de venganza. El, burlón, igual que hace 16 años cuando asesinó a mi padre...

Me señaló y me llamo "chillón". Alzó las manos pidiendo el apoyo del público. La gente le aplaudió hasta cansarse...

Y a mí me abuchearon hasta que se les agotó la voz... ¡Para lo que me importaba! Yo estaba ahí para cumplir mi venganza, no para cosechar aplausos de malagradecidos que no volvería a ver en la vida.

Ahí estábamos, frente a frente una vez más. Y empezó la primera caída.

El “Cataclismo” se lanzó al ataque impulsándose con las cuerdas, al tenerlo enfrente le metí el brazo para tirarlo.

¡Y azotó en el suelo!

Ahí me di cuenta que yo era mucho más fuerte. Lo paré de la máscara y le puse un manotazo en el pecho, luego otro, ¡y luego otro! Lo tumbé otra vez, y al verlo en el suelo, me ensañé dándole patadas en el hombro...

Lo vi retorcerse de dolor... Justicia divina... Lo dejé sufrir un poco en la lona. Me aproximé a una esquina y luego subí a la segunda cuerda. Me paré de frente al público y los provoqué golpeándome el pecho:

"¡Ahí esta su ídolo! " grité. Y el público enfurecido me insultaba como si sus vidas dependieran de ello.

De repente sentí un golpe en la espalda. El Cataclismo se había levantado, quería otra golpiza...

Dejé que me diera un par de empujones. Luego brincó para darme una patada voladora, pero era demasiado lento... Me quité con mucha facilidad...

Me estaba gustando verlo en el suelo. Le brinqué encima con ambos pies. La "estaca" gritó el narrador... ¡Que estaca ni que nada! Eso no tenía nada de técnica, había sido pura saña...

Lo tomé del brazo y le pasé la pierna encima con un giro. ¡Pegó tremendo grito! Lo estaba castigando en serio... Pero ya me estaba aburriendo... Así que lo puse en el suelo de espaldas y le regalé al público un final de fotografía...

Le agarre los brazos con fuerza, los jalé hacia atrás y pise sus piernas, luego me aventé hacia atrás...

¡La Tapatía!  Gritaron emocionados los cronistas. El “Cataclismo” apretaba los dientes con fuerza para que la lengua no lo traicionara con una rendición no deseada... Pero sus manos no pensaban lo mismo, y mientras lo tenía levantado en vilo, de cara a las lámparas, se agitaron con desesperación hacia arriba y abajo para decirle al referee que se rendía.

¡Pero qué día! Todo me estaba saliendo perfecto. Tanto que ni siquiera me dieron ganas de dejarlo ganar una caída. Lo iba a hacer puré en la segunda...

Me acerqué a mi esquina para descansar un poco y provocar al público otra vez. Curiosamente, nadie decía nada ya, todos me miraban, pero ya no con furia, solo con temor...

¿Qué estaba pasando?

Me di la vuelta y miré al “Cataclismo” justo a los ojos. Su máscara amarilla estaba manchada de rojo...

¡Era sangre!

Sangre... No supe en que momento lo había hecho sangrar...

Estaba encorvado, y jadeaba. Tenía un ojo medio cerrado y la pierna izquierda le temblaba.

Tragué saliva. Eso ya no me estaba gustando. Tenía que terminar con mi venganza cuanto antes...

Lo sujeté de la cabeza y lo estrellé en una esquina. Se estaba tambaleando, así que aproveché para tomarlo del brazo y lanzarlo contra las cuerdas, al verlo venir hacia mí lo impacte con una patada "a la filomena".

Un ruido seco me avisó que mi rival había caído al suelo. Lo vi de reojo. Respiraba con mucha dificultad...

Esta no era la venganza que esperaba, ¡el tipo ni siquiera estaba metiendo las manos!

Sacudí la cabeza, ¡no podía echarme para atrás ahora!

Lo cargué y me acerqué hacia una esquina del ring. Subí dos nudos y me dispuse a lanzarlo. Ahí se iba a terminar todo. En ese último lanzamiento lo reventaría contra las butacas. Si, quizá el público saldría lastimado también, pero, ¿A quién carajo le importaba eso? Si te sentabas en primera fila en la arena, te arriesgabas a que te tocará un inesperado pero bien merecido madrazo...

Puse todas mis fuerzas en los brazos, y logré levantarlo por encima de mi cabeza... Los flashes de las cámaras centelleaban a cada segundo. El público había revivido y me gritaba mil y un groserías. Hubo incluso una señora que me arrojó un vaso de cerveza.

Ese si era el escenario ideal de mi venganza, solo restaba arrojar al “Cataclismo” hacia el público...

Sin querer miré hacia la izquierda. Ahí estaba él. El chiquillo que había visto en los vestidores. Estaba llorando. No hacia ni siquiera el intento por contener sus lágrimas. Solo abrazaba con desesperación una bolsa con medicinas. Sus dientes castañeaban, presas del miedo y la confusión.

Hice cuentas. Hace 16 años mi papá tenía 38. El “Cataclismo” era un poco mayor. Quizá hoy día tendría 56 o 58 años. Ese muchacho era su nieto...

No, ese chico no era su nieto, ese muchachito era yo...

En sus ojos vi lo mismo que yo había vivido hace 16 años. Y no era justo que esa escena se repitiera nuevamente.

Si me vengaba, no estaría matando al Cataclismo, estaría asesinando a un padre, a un hermano, a un tío, a un abuelo...

Y eso no traería a mi padre de vuelta...

Cerré los ojos y bajé de las cuerdas. Me maldije a  mí mismo por lo que estaba a punto de hacer...

Le di la espalda al público y deposité a mi enemigo en el suelo. Con un brinco descendí del cuadrilátero y me quede frente a él. Cruzado de brazos.

El referee contó hasta 20. No subí. Perdí la segunda caída.

Empezó la tercera caída y seguí impasible. El referee volvió a contar. Y durante 20 segundos nadie respiro siquiera en la arena.
“Cataclismo” seguía tendido en la lona. Pero después del conteo, el contrariado referee me observo confundido y levantó la mano de mí rival.

La gente se puso de pie y comenzó a aplaudir...

Me di la vuelta y caminé hacia los vestidores. Cuando iba a la mitad del pasillo, la gente comenzó a gritar:

"¡Relámpago, Relámpago, Ra Ra Ra!"

Eso tampoco lo esperaba...

Ese día, no fue Cataclismo quien había ganado...

Tampoco había triunfado yo...

El único verdadero campeón de esa noche había sido mi papá....


Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"

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