–Gorgona-3, ¿todo se encuentra bien ahí abajo? – exclamó una voz apenas comprensible debido al ruido de fondo producido por la estática.
–Todo transcurre de acuerdo al programa– respondió Medea mientras presionaba con fuerza la antena receptora de su casco. – Durante los últimos ciclos no he recibido visita alguna de especímenes humanos; al parecer la leyenda de la “Medusa” ha surtido efecto tanto en lugareños como en aventureros. Si el entorno permanece libre de alteraciones en el futuro inmediato, seré capaz de terminar el análisis geológico solicitado por la comandante Hécate.
–De acuerdo, Gorgona-3. Trabaja con la mayor celeridad posible; recuerda que por cada ciclo ctónico percibido por nuestro cuerpo, transcurren 30 años humanos. Llevas ahí abajo 7.3 ciclos, de los cuales 5 han estado libres de interrupciones humanas. Si atendemos a las leyes de la probabilidad, es altamente posible que recibas “visitas” inesperadas durante el próximo ciclo. Además, ten en cuenta que nuestros radares han detectado la presencia de naves exploradores olímpicas, y no podemos descartar que ya se hayan establecido en el planeta. Transmisión cerrada.
Medea resopló dentro del casco y su visor se empañó de inmediato. El calor artificial producido por la batería de su traje herpético provocaba que cualquier emanación ligeramente liquida (como su propia respiración) se convirtiera en vapor al instante, razón por la cual su desafortunado suspiro había contribuido a reducir su ya de por si limitada visión periférica.
Necesitaba liberar algo de estrés, así que torció el cuello hacia un lado y otro. No funcionó. Arrugó la nariz y decidió frotarse las manos para alejar un inexistente escalofrío. De poco sirvió. Por el contrario, la sorprendió de pronto una gran ansiedad. Se le nubló la vista y dolorosos recuerdos se apoderaron de ella: los gritos desgarradores y las crudas imágenes de la aniquilación de sus “hermanas” de misión, las Gorgonas 1 y 2, saturaron de inmediato su hipocampo. La visión de los cuerpos y trajes destrozados le produjeron innumerables escalofríos, y su pulso, habitualmente estable, comenzó a subir a niveles peligrosos. El aire comenzó a faltarle, pero no podía exhalar siquiera. El panel de funciones vitales incluido en su traje herpético comenzó a emitir una serie de pitidos de alerta, y la comunicación con el centro de mando en la estratosfera se reanudó de golpe:
–¡Gorgona-3! ¿Todo está en orden? Recibimos una alerta de taquicardia nivel 1. Confirma que te encuentras en condiciones óptimas. Repito: confirma que te encuentras en condiciones óptimas…
Medea aspiró tan hondo como pudo y luego se golpeó el pecho con brusquedad usando su brazo izquierdo. Los latidos se regularizaron, pero las cantidades de adrenalina presentes en su sangre aún eran en extremo preocupantes. Se frotó el dorso de las manos con lentitud y habló con toda la calma de la que fue capaz:
–Lo siento, fue un lapsus provocado por la información almacenada en mi lóbulo de memoria a largo plazo. Por alguna razón evoqué los recuerdos del deceso de mis colegas. Les ofrezco una disculpa.
–Entendido, Gorgona-3. La rememoración del fatídico acontecimiento es perfectamente comprensible, pero recuerda que aquel suceso fue producto del escaso cálculo de contingencias hecho por nosotros. El humano de nombre “Belerofonte” jamás habría conseguido asesinar a tus compañeras si hubiésemos reforzado previamente sus trajes herpéticos con el exoesqueleto caróntico que llevas puesto, además, por si solo el humano no habría conseguido nada: los débiles huesos y blandos músculos característicos de su especie poco pueden hacer frente a nuestra evolucionada especie. De no haber sido por el androide Athena…
–Sí, es lo que más me preocupa, de no haber sido por ella… ¿Qué ocurre si ELLA ha vuelto? ¿Qué tal si es la tripulante de alguna de esas naves olímpicas que han detectado? ¿Qué impediría que actuase a favor de los humanos otra vez?
–Te prometemos, Medea, que esta vez no nos tomará desprevenidos. Hécate hizo que reforzáramos el exoesqueleto caróntico con “estigiklos” de la más alta calidad. Por si fuera poco, el casco que llevas puesto ha probado ser una defensa eficaz contra los ataques sorpresa. Su función de petrificación de moléculas orgánicas ya ha cosechado numerosos éxitos, incluso contra humanos belicosos.
–Lo sé, es solo que…
–Medea, te advertimos sobre la presencia de las naves olímpicas no para preocuparte, sino para prevenirte. Por favor, continua tu estudio geológico sin perturbaciones, solo date prisa…
–Entendido. Transmisión cerrada.
Una vez concluida la comunicación, Medea sacudió la cabeza e intentó recuperar el ritmo habitual de sus labores. Con una mano sujetó su caja de herramientas y con la otra encendió el detector térmico de frecuencias. Para obtener una lectura más amplia de la montaña, la llamada “Gorgona-3” se alzó sobre la cola de su traje herpético y activó la función de vertebra de columna singular del exoesqueleto. La combinación de ambas utilidades le permitió alzarse tres “dorys” sobre el suelo, casi el equivalente a cuatro humanos unos sobre el otro… rio por lo bajo al imaginar lo que diría una de esas creaturas si la viera en aquellos momentos. Seguramente huiría horrorizado de la montaña alegando haber visto a una fiera y despiadada mujer serpiente gigante.
Escaneó la zona y detectó un punto de concentración vulcánica hacia el norte. Desactivó la función de rigidez en las vertebras del exoesqueleto, y una vez recuperada la flexibilidad del traje, serpenteó hasta el sitio con gran agilidad y rapidez. Miró de reojo su “cola” y pensó que tal vez ellos y los humanos no eran tan diferentes. Ambos tenían dos piernas y dos brazos, se reproducían de forma sexual y necesitaban oxigeno para vivir. Sin embargo, los habitantes del tercer planeta no eran tan altos como ellos; tampoco poseían el grado de dureza en la piel que caracterizaba a su raza (los pobres no tenían escamas) y mucho menos contaban con la facilidad de proteger a sus crías en desarrollo con sólidos cascarones. Era lamentable ver a sus hembras cargar a sus fetos dentro del útero, limitando sus movimientos, energía y habilidades. Por otra parte, los humanos no requerían de baterías en los trajes para regular su temperatura, les bastaba con mantenerse en movimiento para producir calor y sudar para enfriarse. Qué curioso… tan parecidos a pesar de la distancia entre sus mundos…
El detector térmico comenzó a chirriar con insistencia y Medea salió bruscamente de sus ensoñaciones. La energía térmica contenida en las placas rocosas que imperaban en la zona era muy elevada, lo cual solo podía indicar una cosa: desastre vulcánico potencial. Era sorprendente. Habían sido necesarios casi ocho ciclos ctónicos para hacerse con tan importante hallazgo: el centro geotérmico de la montaña por fin había sido ubicado, y si actuaban con rapidez, el muy posible hundimiento de Atlantis no tendría lugar. Tenía que reportar su descubrimiento cuanto antes, después de tanto tiempo, la partida de exploración de la que formaba parte merecía vivir un acontecimiento moderadamente feliz.
–Control, tengo noticias. Control, ¿me escuchan?
–Adelante, Medea.
–Les tengo not… esperen.
Un débil pero agudo zumbido puso a la Gorgona-3 en alerta. Era como si algo flotara en el aire. Un ave o quizá un insecto. Quiso ignorarlo, pero un constante escalofrió en la espalda la impidió hacerlo. Algo le decía que era imprescindible permanecer alerta.
Aguzó el oído y el zumbido se hizo más claro. Era un ruido constante que cesaba en pausas muy marcadas, como si se tratara de una respiración. Trató de seguir el ruido con la mirada y detectó que cada vez que este frenaba, una pequeñísima nube de tierra aparecía momentáneamente. Suspiró muy quedo y extrajo un arco laser de un contenedor en su espalda.
No estaba sola.
Alguien estaba acechándola, y si quería sobrevivir, tenía que revelar al merodeador cuanto antes. Fingió temblar de miedo y comenzó a apuntar con el arco de forma errática. Tenía que convencer al inoportuno (y al parecer, invisible) visitante de que era él quien tenía el control de la situación. Eso lo motivaría a acercarse cada vez más, hasta que llegara el punto en que bastara una sola flecha para someterlo, o aniquilarlo…
Mas no dio resultado. Su “invitado” no había mordido el anzuelo. Era precavido, y aguardaba por el momento justo para atacar.
Medea frunció el ceño y tensó el arco luminoso. No era momento para contemplaciones, era indispensable deshacerse del invasor para comunicar cuanto antes el hallazgo del núcleo geotérmico. Sin detenerse a pensar en las consecuencias, la Gorgona-3 disparó una ráfaga de flechas en todas direcciones, esperando que las nubes de polvo producto de las rocas destruidas revelara la posición del merodeador.
No fue sino hasta el vigésimo disparo que una débil silueta se dejó ver entre la polvareda. Era un humano con armadura completa y casco; en una mano ostentaba un escudo enorme, y en la otra blandía una espada corta con filo curvo.
Medea tragó saliva y volvió a disparar sin lograr hacer blanco. Su inoportuno visitante no era otra cosa que uno de esos “héroes” cazadores de monstruos. Bajo otras circunstancias no hubiera sentido temor alguno, sin embargo en esta ocasión resultaba más que obvio que el humano no llevaba consigo un equipamiento común y corriente. Si había conseguido hacerse invisible, no lo había hecho gracias a la primitiva tecnología humana. Era evidente que la ciencia olímpica estaba de su lado.
No podía descuidarse, bastaría un segundo de distracción para terminar igual que sus “hermanas”: tendida en el suelo con la cabeza y las extremidades cercenadas. Y no estaba dispuesta a hacerlo…
Plegó el arco laser y lo convirtió en una lanza de proporciones colosales. La apoyó en el suelo y la usó a modo de pértiga para saltar haciendo uso de ella. Su cuerpo se elevó majestuoso por los aires, cruzando en apenas un instante el enorme espacio que la separaba del otro extremo del lugar. Se ocultó entre las sombras provocadas por una formación rocosa y serpenteó en el suelo, buscando escapar del acecho de su enemigo.
El zumbido comenzó a tomar lugar de forma insistente; en espacios irregulares, pero constantes. Al parecer el humano estaba saltando de un lugar a otro. Era su oportunidad: si conseguía envolverlo en una nueva nube de polvo, lo tendría a tiro para buscar ponerlo fuera de combate. Deslizó suavemente su mano izquierda hacía uno de los costados de su traje herpético. En un bolsillo ubicado a la altura de sus caderas habían tres pequeños explosivos de tipo “arpía”, los cuales podían programarse para volar a una ubicación dada mientras emitían un chirrido agudo y desesperante. Una vez en su mano, pulsó el panel en el reverso de cada dispositivo para activarlos. Las diminutas municiones se elevaron por encima de su cuerpo y de inmediato comenzaron a producir estridentes quejidos artificiales.
El merodeador les hizo frente de inmediato, y con veloces estocadas dio cuenta de cada artilugio con gran eficacia. Sin embargo, ignoraba los atributos explosivos de las pequeñas máquinas, y apenas caer estas al suelo, estallaron en medio de un gran estruendo. Las rocas hechas polvo develaron sutilmente la silueta del odiado visitante, y Medea aprovechó el momento para conectar un poderoso golpe de lanza sobre su cabeza.
El casco del “héroe” se elevó por los aires para luego caer sobre la tierra suelta. La figura del acechador, antes invisible, se mostraba ahora clara y completa, cubierta de tierra y sudor, a una distancia más que propicia para ser petrificada…
Confiando plenamente en que la victoria era suya, Medea serpenteó hasta quedar enfrente del impertinente aventurero y activó los tentáculos de su casco Gorgona. Cada uno de los metálicos “cabellos” comenzó a irradiar una luz mortecina de tono pálido, y pronto el calor dentro de la zona se tornó prácticamente insoportable. La Gorgona-3 sonrió. Pronto iniciaría el proceso de petrificación y el inconsciente humano quedaría convertido en una curiosa estatua de piedra. Se lo tenía bien ganado, nadie lo había invitado a irrumpir con su absurda violencia en un campo experimental destinado a la ciencia.
Cuando la carga petrificante del casco se agotó, Medea decidió caminar hasta donde se hallaba el invasor con la sola idea de apreciar de cerca su nuevo triunfo. El eco de una risa le hizo frenar sus pasos, aunque resultó demasiado tarde como para que pudiera reaccionar… un feroz golpe de escudo se estrelló sobre su rostro, el cual a pesar de estar protegido por el casco Gorgona, terminó perdiendo un par de dientes en el proceso.
El impacto había sido devastador, y ahora Medea se hallaba tendida en el áspero suelo. Consciente de que se hallaba en una posición más que vulnerable, serpenteó hasta quedar bien lejos del petulante aventurero, quien por alguna razón, no dejaba de reír.
La Gorgona-3 miró de reojo a su rival y notó que el escudo blandido por este no reflejaba la luz. Una vez más el miedo se apoderó de ella. Si la protección esgrimida por el humano era incapaz de capturar los reflejos de luz y no había sido afectada por el petrificador de moléculas orgánicas, solo había una explicación: el escudo estaba hecho de Oricalco, el único metal en el universo libre de carbono.
Escondida en un rincón, Medea consideró por primera vez la posibilidad de derrota. Su casco y arco no eran rivales para el Oricalco. Si deseaba recuperar la ventaja, debía despojar al humano de su prácticamente invencible escudo. Aspiró muy hondo y luego dejó ir el aire muy lentamente. El visor quebrado de su casco se empañó de inmediato. Mientras el vaho se disipaba del cristal, Medea resolvió combatir de frente al detestable invasor. Lo retaría a una lucha abierta para provocar un choque frontal, y cuando lo tuviera justo enfrente, lo embestiría con todas sus fuerzas, arrebatándole el escudo en el proceso.
No era un gran plan, pero era lo único que tenía. Así que irguió la cola de su exoesqueleto y salió de su escondite para darle la cara a su adversario.
Quedaron frente a frente, con las miradas bien fijas en los ojos del otro. Por un lado, el humano empuñaba con fuerza su espada curva y su escudo. Por el otro, la Gorgona se alzaba imponente sobre las vertebras de su cola, y exhibía unas afiladas y peligrosas garras en cada mano. Una corriente de viento extraviada silbó de pronto, y justo en el momento en que se extinguió ambos contendientes se lanzaron al ataque.
Medea se arrojó con todas fuerzas sobre el humano, pero sus brazos jamás lo alcanzaron. Solo pudo contemplar con la boca abierta como su enemigo volaba sobre ella con una sonrisa en el rostro. En el último vistazo que pudo darle, se percató de que usaba un par de sandalias mecánicas con alas en los tobillos. El zumbido. Esas sandalias producían el zumbido que había escuchado al inicio de la batalla…
Desesperada, la Gorgona lanzó un furioso coletazo que tenía como único objetivo al hombre con el escudo de Oricalco. Pero este ya no estaba ahí. Y tampoco se encontraba arriba de ella. Había desaparecido. Presa de la ansiedad, Medea miró hacia todos lados buscando con angustia a su rival. Pero solo oyó un zumbido.
Luego el filo curvo de una brillante espada la rebanó el cuello. El golpe fue tan limpio y certero, que consiguió no solo cortar las placas que unían al casco con el peto del traje herpético, sino que también había separado su hermosa cabeza de su delgado cuello.
El eco del metal rebotando en el suelo de roca se apoderó del lugar, magnificando un millón de veces la derrota de la Gorgona Medea a manos del “Campeón humano”.
Cuando la cabeza de la llamada “Medusa” dejó de rodar, el “héroe” victorioso la tomó de los tentáculos del casco y le observó con una mezcla de asco y admiración. Tras él, una espigada figura femenina de color plateado observaba la escena con atención, exhibiendo una extraña mueca en su faz metálica.
–¡Athena! – exclamó asustado el humano, soltando de inmediato su recién ganado botín.
La mujer de metal se limitó a sonreír y caminó enseguida hacia la cabeza inerte cubierta por el casco de visor roto. La tomó entre sus manos, y tras balancearla de forma desenfadada durante algunos segundos, dijo:
–Buen trabajo Perseo, apuesto a que será un magnifico escudo…
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
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