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Es cuestión de perspectiva


-Sucedió en África, hace no mucho tiempo –

He estado persiguiéndote durante días. Te he acechado desde las sombras durante ya tanto tiempo que he perdido la cuenta de los soles y las lunas que han pasado frente a mis ojos. Voy tras tu rastro con gran tenacidad, esperando que cometas algún error y entonces pueda cazarte…y matarte…

A veces te veo dormir. He intentado acercarme, pero tu respiración entrecortada me ha hecho pensar que tal vez solo estás fingiendo, aguardando a que me acerque lo suficiente para tirarme un zarpazo letal y convertirme así en una más de tus víctimas.

Una más de tus legendarias historias.

Algunas veces pareces flaquear. Caes en la tierra como una piedra y a duras penas te estiras para beber agua de un charco de agua mugrienta. Casi siento pena por ti cuando veo como tu lengua áspera lame con fruición la superficie del líquido.

Pero entonces recuerdo que estamos en guerra. Que sabes que quiero tu cabeza, y por eso, tú quieres la mía.

Somos enemigos hoy, y también lo seremos mañana. Seremos enemigos por siempre.

Y entonces aguardo. Trepo a un árbol y espero a que te repongas. No hay honor en matar a un rival agotado. El proceso casi no tarda. Pronto te pones sobre tus pies y emprendes la marcha nuevamente.

Recorres los pastos de la sabana con gran determinación. Olisqueando el aire con la esperanza de encontrarte por casualidad un aroma perdido que te lleve hacia mí. A veces corres con suerte y te veo avanzar hacia mí con desesperación. Ves mi sombra y atacas sin piedad, tratando de amedrentarme, de atemorizarme, de aniquilarme. Pero no lo vas a lograr. No vas a poder conmigo, inmundo animal…

¡Yo seré quién acabe contigo!

Anhelo desesperadamente el terminar tu existencia. Tomarte por sorpresa y ponerte contra la pared. Mirarte fijamente a los ojos y hacerte saber quién es el que manda. Demostrarte quién es el auténtico y único rey de la sabana.

Y voy a lograrlo. Esta vez te tengo justo en la mira. No te escaparás. Voy a arrancarte esa horrenda cabeza de bestia que tienes, limpiaré tu sangre chorreante en el riachuelo que divide la región y entonces llevaré mi trofeo a casa.

Pondré tu inútil testa contra la pared de mi hogar, y se la mostraré a mis escasas visitas mientras recito:
"He aquí mi última presa, una bestia indomable, llena de furia y rencor, fiera como ninguna y hostil como el peor de los fuegos…"

Y todos se asombrarán y ensalzarán mi valor. Todos me felicitarán por haber aniquilado a ese inmundo animal. No habrá nadie en kilómetros a la redonda que no se sorprenda de mi valor.

No habrá ser que no esté feliz de que yo haya aniquilado a esa terrible bestia…

De que haya terminado al fin con ese miserable humano…
***
Aquel amanecer se vio interrumpido por un sonido poco común en la sabana. Una ráfaga de disparos rompió el silencio de aquel día. Los guardianes de la reserva llegaron con presteza hasta el lugar de donde había venido aquel ruido estremecedor.

Ahí, sobre el pasto color ocre de la sabana, yacían dos cuerpos sobre un charco de sangre carmesí. Encima, un león enorme que lucía tres agujeros profundos en su espalda.

Debajo, un humano. Con las piernas y los brazos extendidos. Nunca se supo si sufrió cuando murió, porque era imposible interpretar su expresión.

No la tenía.

Su cuerpo no tenía cabeza.


Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"

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