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Exilio


-1911, a bordo del buque "Ypiranga"-
—¿Tú crees todo eso que dicen de mí, Carmelita?
—¿A qué te refieres, viejo?—respondió la mujer, sin dejar de mirar el vasto horizonte.
Porfirio suspiró muy hondo y fijó la mirada en el piso, como avergonzado de la pregunta que recién había formulado. La verdad era que no sabía por donde empezar... Se decían tantas cosas de él, que resultaba prácticamente imposible elegir una para dar inicio a la conversación.
—¿Viejo? — inquirió su esposa, al momento en que lo sujetaba suavemente del brazo—¿Estás bien?
—Sí, sí... Discúlpame, Carmelita. Es solo que... Me cuesta trabajo creer que fui obligado a abandonar mi querido México.
—Tú no abandonaste a tu país, Porfirio, tu país te abandonó a ti... Que no se te olvide nunca.
El anciano esbozó una media sonrisa y luego se frotó con delicadeza las mejillas. Le dolían mucho las encías, y tareas tan simples como sonreír o hablar lo agotaban en extremo.
—¿En verdad le hice tanto daño a México?— preguntó, más para sí mismo que para su esposa. Pasó saliva y luego se mordió los labios, como si un torrente de emociones lo carcomiera por dentro y amenazara con desbordarse en cualquier momento.
—Ay, viejo... Cuando uno pasa mucho tiempo en el río, se olvida de que está mojado. No te percataste, Porfirio, de que hacía mucho tiempo ya, que en lugar de nadar, solo estabas flotando...
El octagenario hizo ademán de protestar, pero algo en su interior no se lo permitió. Refunfuñó por lo bajo y apartó la mirada de su mujer, en un vano intento de escapar de su contundente razonamiento.
—No creo haber sido tan mal presidente como para merecer el exilio... —musitó, sin mirar a los ojos de su interlocutora.
—No fuiste malo, pero si dejaste de ser bueno. Te rodeaste de aduladores y oportunistas, y sin querer comenzaste a ver todo a través de sus ojos; dejaste atrás el lugar de donde saliste para fijar tu atención solo en donde querías estar. Fuiste héroe, Porfirio, pero también fuiste villano...
Exaltado, el otrora presidente de México frunció el seño y agitó el dedo índice con vehemencia:
—¡Nunca quise ser el malo de la historia! Pero a veces la vida te obliga a hacer cosas de las que no te sientes orgulloso...
—¿En serio te crees eso, viejo? ¿La vida te forzó a encarcelar a todos esos que pensaban diferente?
—No... Pero, tú sabes bien que lo hice para proteger a mi México.
—¿A México o a ti?
Con el coraje carcomiendole las entrañas, Porfirio rechinó los dientes e hizo amago de pararse de la bamboleante silla en la que se hallaba sentado. Su deplorable estado físico no se lo permitió. Embargado por la vergüenza y la decepción, el anciano dejó escapar un suspiro muy débil y dijo:
—Ya te sabes la respuesta, Carmelita. Siempre la supiste... ¿Por qué nunca me lo dijiste?
—Porque nunca preguntaste. Yo siempre estuve ahí para ti, solo que antes nunca te diste cuenta. —replicó su mujer, con los ojos llenos de lágrimas.
—Gracias...
—No tienes que agradecer nada...
El cielo se pintó de rojo, púrpura y naranja. Faltaba poco para que el atardecer se convirtiera en noche estrellada. Porfirio alzó la cara y se atrevió a mirar a su mujer otra vez. Necesitaba respuestas, aunque ninguna estuviera siquiera cerca de lo que él deseaba.
—¿Van a estar mejor sin mí?
—No, viejo, no...
—¿Por qué? ¿No acabas de decir que yo era un villano?
—Lo fuiste, sí, pero fue precisamente eso lo que le dio poder a tus adversarios, y no sus aciertos. Usaron tus errores como emblemas de su causa, y nada hay más endeble que un edificio construido sobre tierra blanda. Cuando ya no haya nadie más a quién culpar ¿Habrá alguien tan valiente como para asumir la responsabilidad de todo aquello que salga mal?
— Tal vez me pidan que vuelva...
—¡Eso jamás pasará!
—¿Cómo lo sabes?
—Porque una vez que lo prueben, nadie querrá abandonar el poder. E incluso si eso pasara, y alguien reclamara tu presencia, mal harías en regresar.
—¿Por qué, Carmelita? ¡Siempre estaré disponible por si México me necesita!
—Pero ya no te necesita, Porfirio. Y tú tampoco necesitas a México. Ya le diste a tu país todo lo que le podías dar. Ahora deja que otros conduzcan lo que tú ayudaste a construir.
Los oídos del ex-mandatario comenzaron a punzar. Su sordera, antes incipiente, empeoraba día con día, y profundos dolores se habían instalado en toda su oreja. Agotado, bostezó durante varios segundos y luego cerró los ojos. El sueño lo estaba venciendo... Antes de quedar derrotado por el cansancio, miró por última vez a su mujer y preguntó:
—Cómo crees que seré recordado: ¿Cómo el héroe o el villano?
—Como ambos, viejo, como ambos...
—Siempre hice lo mejor para mí país.
—Sí, lo sé, pero a veces lo mejor no es lo necesario... Duerme, mañana nos espera un día muy largo.
Porfirio recostó la cabeza en el respaldo de su silla, cerró los párpados, y se dejó arrullar por el suave movimiento del mar. Pronto se quedó dormido.
Con un sonrisa en los labios, su orgullosa esposa le dejó caer una frazada en las piernas y le susurró al oído:
—No sé que piense la historia, viejo, pero para mí, tú eres el mejor presidente que México ha tenido...
Y se sentó junto a él, con la mirada fija en el horizonte, con la plena seguridad de que sin importar qué le esperara adelante, sería mil veces mejor que aquello que había dejado atrás.



Original de J.D. Abrego "Viento del Sur

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