Jurakán
¿Quién me ha despertado? ¿Por qué han interrumpido mi sueño? ¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora? No logró comprender qué está ocurriendo. Me siento lleno de fuerza y vigor, pero también de furia, ansiedad, y rencor…
La cabeza me da muchas vueltas; ¿Qué ha pasado durante este tiempo? ¿Cuántas eras permanecí dormido? ¿Una? ¿Dos? ¿O tal vez solo fue un instante? Un minúsculo parpadeo divino, una breve siesta cósmica, un pequeño descanso bien merecido…
¿Será? ¿En verdad he vuelto a la vida? ¿O solo se trata de una burda ilusión? Un juego, una patraña, una más de las ingratas mentiras humanas… No, esta vez es diferente, puedo sentirlo; centenas de imponentes nubes flotan a mi alrededor, formando círculos perfectos en torno a mi persona; poderosos y veloces vientos oscilan entre mis brazos y torso, haciéndome sentir nuevamente como el magnífico dios que una vez fui: el gigante de una sola pierna, la bestia que hacia girar al viento y la lluvia, el amo del caos y la destrucción:
El viejo y venerable Jurakán.
Una débil brisa sopla a mi derecha. Miro con desdén hacia un lado, tratando de descifrar mi actual ubicación, pero solo veo innumerables corriente de aire girando en dirección contraria al mismo tiempo. Alzo la cabeza y enfoco mi vista en el horizonte: no hay nada salvo un infinito color azul.
¿Azul? ¿Será que estoy en medio del inmenso mar?
Picado por la curiosidad, avanzo titubeante hacia lo que creo es el frente. Más azul. Es un hecho, no puedo equivocarme: estoy a la mitad del mar, perdido en lo más profundo de la nada.
Aspiro muy hondo y los vientos que me rodean se tornan más fuertes. Han pasado de ser débiles corrientes de aire a convertirse en agitadas ráfagas de aire, ansiosas de recorrer el mundo, de ver aquello de lo que solo han oído hablar de labios de otros espíritus del viento.
Estiro los brazos y logro desperezarme un poco. No me di cuenta, pero crecí un poco con tan solo aceptar que ya estaba despierto. Ahora soy tan alto como el templo del jaguar, y tan profundo como un cenote sagrado. Hay nueva vida en mí, y algo en mi interior me dice que no debo desaprovecharla.
Soy un gigante, un dios, una voraz fuerza de la naturaleza, y el mar comienza a parecerme pequeño. Este azul “infinito” pronto no será capaz de alojarme, y me veré en la penosa necesidad de buscar un nuevo hogar.
La pregunta es: ¿dónde encontraré ese desconocido lugar?
¿Hacia dónde debo soplar? ¿Hacia dónde debo girar?
Sin pensar en nada más, comienzo a girar velozmente. Tras de mí se juntan un sinnúmero de nubes grises y furiosos ventarrones. Siempre van rezagados en función de mi paso, mas sin importar que tan rápido huya de ellos, eventualmente terminan por alcanzarme. Tal vez son más veloces que yo, o inclusive, más hábiles y poderosos de lo que yo mismo soy.
O quizá solo son una parte de mí, y por ignorancia o temor me niego a aceptarlo.
No lo sé, y tampoco me interesa saber. Solo deseo abandonar el mar, buscar nuevos horizontes, tocar nuevos lugares, vivir como una vez viví.
Yo era un dios. Quizá aún sigo siéndolo. Ya no lo sé…
Recuerdo que en una isla muy cerca de aquí solían adorarme. Sí, era un lugar llamado Cobalán… ahí vivían mis amados taínos, gente amable con la cara pintada de ocre y carmesí, hábiles artesanos y temerosos de la deidad que traía al viento, la lluvia y el desastre.
Temerosos de Jurakán…
Iré a visitarlos. Posiblemente me extrañen, y sería una pena que sufrieran por mi ausencia. Camino lento sobre mi única pierna. Giro con parsimonia sobre mi propio eje y lo observo todo en un suspiro: atrás, adelante; derecha, izquierda; pasado y presente; presente y futuro.
¡Ah! El fresco olor de la arena mojada. ¡Que bellos tiempos viví aquí, en la hermosa Cobalán! Cierro los ojos por un instante, y luego los abro de golpe. No entiendo que sucede. ¿Qué rayos le ha pasado a mi isla? ¿Qué son todos esos edificios? ¿Por qué tienen esa extraña forma cuadrada y ese ridículo color blanco? ¿Qué ocurrió con las chozas de barro y paja?
¡Necesito que alguien me explique lo que está ocurriendo!
Gente asustada huye de mi presencia. Tampoco lo entiendo, los humanos siempre han sentido respeto por mí, nunca pavor; ¿por qué escapan? ¿Es que acaso no piensan adorarme? ¿No van a hacer ningún sacrificio animal en mi honor?
Lleno de confusión y dudas, los miro con detenimiento: no parecen ser taínos. No, no lo son… son extraños de piel muy oscura y cabello rizado. Son extranjeros que por alguna extraña razón han tomado la tierra de aquellos que una vez me adoraron.
¡Tengo que deshacerme de ellos! ¡Este sitio no les pertenece!
Agito mis brazos sin dudar; gigantescas ráfagas de viento azotan el suelo del lugar, y en el proceso levantan árboles y extrañas estatuas metálicas con ruedas en la base. Grito desaforado y de mi boca sale una feroz lluvia cuyo objetivo no es solo empapar, sino devastar. Aire y agua se funden en una curiosa danza, donde el caos y la destrucción son los únicos protagonistas. Las burdas casas cuadradas se rompen en mil pedazos cuando mi furia las alcanza, y centenas de usurpadores de esta tierra corren despavoridos en todas direcciones, intentando escapar de mi furia, tratando en vano de protegerse de mi cruel venganza.
Todo en la isla ha quedado reducido a trizas. Pero no me siento aliviado. Quiero desahogarme todavía más. Sobre todo porque ahora que lo pienso, este lugar no me parece que fuera Cobalán, sino una de esas diminutas islas donde vivían los karibes.
¡Quién sabe! Tal vez me equivoqué esta vez, aunque no es algo que en verdad me importe. Solo quiero seguir. Necesito urgentemente obtener respuestas: ¿Quién me despertó? ¿Para qué lo hizo? ¿Qué espera obtener?
Lleno de furia y dolor, me desplazo con una rapidez asombrosa hasta los dominios de los antiguos quichés, esos que se enorgullecían de creer ciegamente en una taciturna serpiente emplumada. Apenas piso las costas de su mundo y me invaden unas ganas irrefrenables de acabar con él. No sé qué ocurre en mi mente, pero lo único en lo que puedo pensar ahora es en reducir este sitio a basura y escombros.
Agito mis brazos para golpear con fuerza sus costas y playas, pero entonces me percato de que ya no soy tan fuerte como lo era hace unos instantes. ¿Será posible que a un dios pueda pasarle eso?
No, ¡imposible! Niego con la cabeza y lo intento otra vez: ¡Ahí esta! Inmisericordes ventarrones rompen barreras cristalinas de casuchas amorfas y artefactos metálicos, provocando con la destrucción el tan anhelado y hermoso caos que estaba buscando.
La gente huye igual que hormigas en una pequeña inundación: lloriquea por posesiones materiales y se niega a abandonar sus burdas “chozas de piedra”. ¡Había olvidado lo curiosos que eran los humanos!
Aunque, lo que no he olvidado es como lucían los quichés, y estos no se ven como ellos… ¿Qué ha pasado con el mundo? ¿De qué me he perdido mientras estaba dormido?
¡NO PUEDO SOPORTARLO!
Necesito respuestas, y las necesito ahora. Y es bien sabido que solo hay un lugar en esta vieja tierra llamada “Anauak” en donde mis preguntas podrían ser resultas: la ciudad donde los hombres se convierten en dioses.
Sin detenerme a pensarlo demasiado, reanudó la marcha. Tras algunos enormes pasos me doy cuenta de algo: he perdido mucha fuerza. Ahora solo soy una miserable lluvia; un cumulo de nubes rebosantes de relámpagos que corren con fuerza en una sola dirección, y ya no en enormes círculos capaces de verlo todo.
¿Qué ocurrió? ¿Cómo fue que perdí a mi confiable y sólida pierna?
No, esto no me puede estar pasando, necesito llegar a la ciudad toltekatl cuanto antes. Cierro los ojos y me dejo llevar por un viento que ha salido de la nada. Sopla con furia desde el sur y asciende decidido hacia el norte. Eso necesito, que me lleve al centro del Anauak, ahí donde haré mil preguntas y recibiré otras tantas respuestas.
La pérdida de mi fuerza me ha deprimido, y lo único que me consuela es que a mi paso voy provocando dificultades severas a la gente que se me atraviesa. Mis nubes grises no dejan de llorar, y tras de mí se queda una estela de bellas inundaciones y gente histérica.
No sé de qué se sorprenden, ¡esta tierra siempre estuvo cubierta de agua! Es hasta hoy que la veo cubierta de roca y tierra. Antes fue un majestuoso sistema de lagos, una joya de color turquesa que brillaba con alegría en medio de pequeños manchones de suelo color marrón.
Antes era vida, y ahora solo es muerte.
Cuando la espera por alcanzar mi destino se hace larga, dejo caer sobre las “ciudades” algunos débiles relámpagos. No sirven de gran cosa, salvo para ver los rostros asustados de los humanos. Aunque he de confesar que me extraña sobremanera no verlos rogar que detenga mi magia.
Solo corren y se refugian en decenas de lugares distintos. Cuchichean entre ellos y luego se suben a diferentes artefactos con ruedas, esperando que esa débil acción los salve de mi cruel y furibundo ataque.
Y curiosamente lo hace. Basta con escapar en una de esas cosas “móviles” para quedar a salvo de mi “furia”. Algo muy raro me está pasando. No solo he dejado de girar, sino que también he dejado de moverme. De hecho siento que en cualquier momento dejaré hasta de pensar…
No, esto no me puede estar ocurriendo a mí. ¡Soy Jurakán! El de una sola pierna, el que hace girar las nubes y los vientos en dirección contraria al tiempo. El que era adorado desde Cobalán hasta Mayapán. Al que todos temían, pero aun así querían.
¡Soy Jurakán! Obsérvenme, necios humanos; sean testigos de mi demencial magnificencia. ¡Lluvia! ¡Ríos de agua caerán sobre todos ustedes! ¡Mares enteros desembocarán sobre sus rostros incrédulos y sus almas herejes!
¡Lluvia! Observen como sus inútiles artefactos con ruedas son cubiertos casi en su totalidad por mis grandes poderes. No pierdan detalle de cómo son arrastrados por iracundas corrientes de agua que no van a ningún lado, y que sin embargo corren a todas partes.
Miren como giro con mis últimas fuerzas, observen como doy un par de furiosas vueltas sobre mi eje, no dejen de verme, no paren de temerme…
Se me nubla la vista. ¿Qué me está ocurriendo? ¿Dónde estoy?
¿Es ese pequeño templo el dedicado al “dios del viento”? ¿Es esa pequeñísima pirámide el hogar de la serpiente emplumada?
Quizá. Voy acercarme. No hay viento, ni tampoco nubes. Me cuesta mucho trabajo girar y moverme hasta él. Parece que en cualquier momento caeré sobre mi única rodilla, y tal como sucedió antes, seré olvidado, y quizá esta vez ya no haya quien me despierte.
“¡Respuestas!” grito desaforado, intentando que la serpiente emplumada me escuche y salga a verme. Pero mi voz se ha ahogado en mi garganta, y ya ni siquiera yo soy capaz de oírme.
Estoy cansado, ya no quiero girar. Solo quiero cerrar los ojos y volver a descansar. Deseo dejar de ser este pequeño remolino y comenzar de nuevo a soñar; imaginar tiempos mejores, donde los humanos se inclinen para adorarme, y donde las nubes y el viento vuelvan a impulsarme.
El mundo cambió, y jamás me di cuenta. Quiero descansar, aquí, en este lugar donde los hombres se olvidan de los dioses…
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
¿Quién me ha despertado? ¿Por qué han interrumpido mi sueño? ¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora? No logró comprender qué está ocurriendo. Me siento lleno de fuerza y vigor, pero también de furia, ansiedad, y rencor…
La cabeza me da muchas vueltas; ¿Qué ha pasado durante este tiempo? ¿Cuántas eras permanecí dormido? ¿Una? ¿Dos? ¿O tal vez solo fue un instante? Un minúsculo parpadeo divino, una breve siesta cósmica, un pequeño descanso bien merecido…
¿Será? ¿En verdad he vuelto a la vida? ¿O solo se trata de una burda ilusión? Un juego, una patraña, una más de las ingratas mentiras humanas… No, esta vez es diferente, puedo sentirlo; centenas de imponentes nubes flotan a mi alrededor, formando círculos perfectos en torno a mi persona; poderosos y veloces vientos oscilan entre mis brazos y torso, haciéndome sentir nuevamente como el magnífico dios que una vez fui: el gigante de una sola pierna, la bestia que hacia girar al viento y la lluvia, el amo del caos y la destrucción:
El viejo y venerable Jurakán.
Una débil brisa sopla a mi derecha. Miro con desdén hacia un lado, tratando de descifrar mi actual ubicación, pero solo veo innumerables corriente de aire girando en dirección contraria al mismo tiempo. Alzo la cabeza y enfoco mi vista en el horizonte: no hay nada salvo un infinito color azul.
¿Azul? ¿Será que estoy en medio del inmenso mar?
Picado por la curiosidad, avanzo titubeante hacia lo que creo es el frente. Más azul. Es un hecho, no puedo equivocarme: estoy a la mitad del mar, perdido en lo más profundo de la nada.
Aspiro muy hondo y los vientos que me rodean se tornan más fuertes. Han pasado de ser débiles corrientes de aire a convertirse en agitadas ráfagas de aire, ansiosas de recorrer el mundo, de ver aquello de lo que solo han oído hablar de labios de otros espíritus del viento.
Estiro los brazos y logro desperezarme un poco. No me di cuenta, pero crecí un poco con tan solo aceptar que ya estaba despierto. Ahora soy tan alto como el templo del jaguar, y tan profundo como un cenote sagrado. Hay nueva vida en mí, y algo en mi interior me dice que no debo desaprovecharla.
Soy un gigante, un dios, una voraz fuerza de la naturaleza, y el mar comienza a parecerme pequeño. Este azul “infinito” pronto no será capaz de alojarme, y me veré en la penosa necesidad de buscar un nuevo hogar.
La pregunta es: ¿dónde encontraré ese desconocido lugar?
¿Hacia dónde debo soplar? ¿Hacia dónde debo girar?
Sin pensar en nada más, comienzo a girar velozmente. Tras de mí se juntan un sinnúmero de nubes grises y furiosos ventarrones. Siempre van rezagados en función de mi paso, mas sin importar que tan rápido huya de ellos, eventualmente terminan por alcanzarme. Tal vez son más veloces que yo, o inclusive, más hábiles y poderosos de lo que yo mismo soy.
O quizá solo son una parte de mí, y por ignorancia o temor me niego a aceptarlo.
No lo sé, y tampoco me interesa saber. Solo deseo abandonar el mar, buscar nuevos horizontes, tocar nuevos lugares, vivir como una vez viví.
Yo era un dios. Quizá aún sigo siéndolo. Ya no lo sé…
Recuerdo que en una isla muy cerca de aquí solían adorarme. Sí, era un lugar llamado Cobalán… ahí vivían mis amados taínos, gente amable con la cara pintada de ocre y carmesí, hábiles artesanos y temerosos de la deidad que traía al viento, la lluvia y el desastre.
Temerosos de Jurakán…
Iré a visitarlos. Posiblemente me extrañen, y sería una pena que sufrieran por mi ausencia. Camino lento sobre mi única pierna. Giro con parsimonia sobre mi propio eje y lo observo todo en un suspiro: atrás, adelante; derecha, izquierda; pasado y presente; presente y futuro.
¡Ah! El fresco olor de la arena mojada. ¡Que bellos tiempos viví aquí, en la hermosa Cobalán! Cierro los ojos por un instante, y luego los abro de golpe. No entiendo que sucede. ¿Qué rayos le ha pasado a mi isla? ¿Qué son todos esos edificios? ¿Por qué tienen esa extraña forma cuadrada y ese ridículo color blanco? ¿Qué ocurrió con las chozas de barro y paja?
¡Necesito que alguien me explique lo que está ocurriendo!
Gente asustada huye de mi presencia. Tampoco lo entiendo, los humanos siempre han sentido respeto por mí, nunca pavor; ¿por qué escapan? ¿Es que acaso no piensan adorarme? ¿No van a hacer ningún sacrificio animal en mi honor?
Lleno de confusión y dudas, los miro con detenimiento: no parecen ser taínos. No, no lo son… son extraños de piel muy oscura y cabello rizado. Son extranjeros que por alguna extraña razón han tomado la tierra de aquellos que una vez me adoraron.
¡Tengo que deshacerme de ellos! ¡Este sitio no les pertenece!
Agito mis brazos sin dudar; gigantescas ráfagas de viento azotan el suelo del lugar, y en el proceso levantan árboles y extrañas estatuas metálicas con ruedas en la base. Grito desaforado y de mi boca sale una feroz lluvia cuyo objetivo no es solo empapar, sino devastar. Aire y agua se funden en una curiosa danza, donde el caos y la destrucción son los únicos protagonistas. Las burdas casas cuadradas se rompen en mil pedazos cuando mi furia las alcanza, y centenas de usurpadores de esta tierra corren despavoridos en todas direcciones, intentando escapar de mi furia, tratando en vano de protegerse de mi cruel venganza.
Todo en la isla ha quedado reducido a trizas. Pero no me siento aliviado. Quiero desahogarme todavía más. Sobre todo porque ahora que lo pienso, este lugar no me parece que fuera Cobalán, sino una de esas diminutas islas donde vivían los karibes.
¡Quién sabe! Tal vez me equivoqué esta vez, aunque no es algo que en verdad me importe. Solo quiero seguir. Necesito urgentemente obtener respuestas: ¿Quién me despertó? ¿Para qué lo hizo? ¿Qué espera obtener?
Lleno de furia y dolor, me desplazo con una rapidez asombrosa hasta los dominios de los antiguos quichés, esos que se enorgullecían de creer ciegamente en una taciturna serpiente emplumada. Apenas piso las costas de su mundo y me invaden unas ganas irrefrenables de acabar con él. No sé qué ocurre en mi mente, pero lo único en lo que puedo pensar ahora es en reducir este sitio a basura y escombros.
Agito mis brazos para golpear con fuerza sus costas y playas, pero entonces me percato de que ya no soy tan fuerte como lo era hace unos instantes. ¿Será posible que a un dios pueda pasarle eso?
No, ¡imposible! Niego con la cabeza y lo intento otra vez: ¡Ahí esta! Inmisericordes ventarrones rompen barreras cristalinas de casuchas amorfas y artefactos metálicos, provocando con la destrucción el tan anhelado y hermoso caos que estaba buscando.
La gente huye igual que hormigas en una pequeña inundación: lloriquea por posesiones materiales y se niega a abandonar sus burdas “chozas de piedra”. ¡Había olvidado lo curiosos que eran los humanos!
Aunque, lo que no he olvidado es como lucían los quichés, y estos no se ven como ellos… ¿Qué ha pasado con el mundo? ¿De qué me he perdido mientras estaba dormido?
¡NO PUEDO SOPORTARLO!
Necesito respuestas, y las necesito ahora. Y es bien sabido que solo hay un lugar en esta vieja tierra llamada “Anauak” en donde mis preguntas podrían ser resultas: la ciudad donde los hombres se convierten en dioses.
Sin detenerme a pensarlo demasiado, reanudó la marcha. Tras algunos enormes pasos me doy cuenta de algo: he perdido mucha fuerza. Ahora solo soy una miserable lluvia; un cumulo de nubes rebosantes de relámpagos que corren con fuerza en una sola dirección, y ya no en enormes círculos capaces de verlo todo.
¿Qué ocurrió? ¿Cómo fue que perdí a mi confiable y sólida pierna?
No, esto no me puede estar pasando, necesito llegar a la ciudad toltekatl cuanto antes. Cierro los ojos y me dejo llevar por un viento que ha salido de la nada. Sopla con furia desde el sur y asciende decidido hacia el norte. Eso necesito, que me lleve al centro del Anauak, ahí donde haré mil preguntas y recibiré otras tantas respuestas.
La pérdida de mi fuerza me ha deprimido, y lo único que me consuela es que a mi paso voy provocando dificultades severas a la gente que se me atraviesa. Mis nubes grises no dejan de llorar, y tras de mí se queda una estela de bellas inundaciones y gente histérica.
No sé de qué se sorprenden, ¡esta tierra siempre estuvo cubierta de agua! Es hasta hoy que la veo cubierta de roca y tierra. Antes fue un majestuoso sistema de lagos, una joya de color turquesa que brillaba con alegría en medio de pequeños manchones de suelo color marrón.
Antes era vida, y ahora solo es muerte.
Cuando la espera por alcanzar mi destino se hace larga, dejo caer sobre las “ciudades” algunos débiles relámpagos. No sirven de gran cosa, salvo para ver los rostros asustados de los humanos. Aunque he de confesar que me extraña sobremanera no verlos rogar que detenga mi magia.
Solo corren y se refugian en decenas de lugares distintos. Cuchichean entre ellos y luego se suben a diferentes artefactos con ruedas, esperando que esa débil acción los salve de mi cruel y furibundo ataque.
Y curiosamente lo hace. Basta con escapar en una de esas cosas “móviles” para quedar a salvo de mi “furia”. Algo muy raro me está pasando. No solo he dejado de girar, sino que también he dejado de moverme. De hecho siento que en cualquier momento dejaré hasta de pensar…
No, esto no me puede estar ocurriendo a mí. ¡Soy Jurakán! El de una sola pierna, el que hace girar las nubes y los vientos en dirección contraria al tiempo. El que era adorado desde Cobalán hasta Mayapán. Al que todos temían, pero aun así querían.
¡Soy Jurakán! Obsérvenme, necios humanos; sean testigos de mi demencial magnificencia. ¡Lluvia! ¡Ríos de agua caerán sobre todos ustedes! ¡Mares enteros desembocarán sobre sus rostros incrédulos y sus almas herejes!
¡Lluvia! Observen como sus inútiles artefactos con ruedas son cubiertos casi en su totalidad por mis grandes poderes. No pierdan detalle de cómo son arrastrados por iracundas corrientes de agua que no van a ningún lado, y que sin embargo corren a todas partes.
Miren como giro con mis últimas fuerzas, observen como doy un par de furiosas vueltas sobre mi eje, no dejen de verme, no paren de temerme…
Se me nubla la vista. ¿Qué me está ocurriendo? ¿Dónde estoy?
¿Es ese pequeño templo el dedicado al “dios del viento”? ¿Es esa pequeñísima pirámide el hogar de la serpiente emplumada?
Quizá. Voy acercarme. No hay viento, ni tampoco nubes. Me cuesta mucho trabajo girar y moverme hasta él. Parece que en cualquier momento caeré sobre mi única rodilla, y tal como sucedió antes, seré olvidado, y quizá esta vez ya no haya quien me despierte.
“¡Respuestas!” grito desaforado, intentando que la serpiente emplumada me escuche y salga a verme. Pero mi voz se ha ahogado en mi garganta, y ya ni siquiera yo soy capaz de oírme.
Estoy cansado, ya no quiero girar. Solo quiero cerrar los ojos y volver a descansar. Deseo dejar de ser este pequeño remolino y comenzar de nuevo a soñar; imaginar tiempos mejores, donde los humanos se inclinen para adorarme, y donde las nubes y el viento vuelvan a impulsarme.
El mundo cambió, y jamás me di cuenta. Quiero descansar, aquí, en este lugar donde los hombres se olvidan de los dioses…
Original de J.D. Abrego "Viento del Sur"
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