Tras la muerte de Mayahuel, mi alma no encontraba consuelo en ninguna parte, así que decidí vagar por el Anáhuac hasta agotar mis energías. Consciente de que mi travesía no enfrentaría dificultad alguna si viajaba en mi forma de serpiente emplumada, cobré forma humana y emprendí la marcha sin siquiera pensar en regresar. Dejé atrás Tollan y sus coloridos templos. Hice oídos sordos a las plegarias y rezos que se alzaban en mi nombre. Avancé con la mirada bien fija en el frente y prometí nunca más mirar atrás. Caminé durante mil días con sus noches, siempre guardando un estricto ayuno que me permitiera revivir una y otra vez la tristeza por la injusta perdida de mi amada estrella. Sin importar si un río o un lago se dejaban ver en mi camino, me negaba a beber de sus aguas y continuaba mi avance ignorando la creciente sed que se apoderaba de mis entrañas. Debía sufrir. Tenía que sufrir… solo así podría honrar a mi amada, la que fue arrancada de mis brazos para ser luego ser a...
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